Amor y conocimiento

Enero 22, 2011 - Publicaciones

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Recientemente, alguien escribió en La Nación que el conocimiento es como el amor: cuando se comparte, crece. Esto es más importante de lo que parece a primera vista, sobre todo en la época navideña.

Ya está bastante bien establecido y comprendido que el conocimiento es, hoy en día, el principal factor de la producción, es decir, la mejor manera de producir riqueza. El amor, por otro lado, es reconocido desde épocas inmemoriales y por muchas culturas, como la mejor manera de producir felicidad.

En Navidad acostumbramos a compartir el amor un poco más que el resto del año. Eso está mal; todos los días deberíamos amar más que el día anterior, pero es mucho mejor que nada. La comercialización de la Navidad es, por supuesto, mala noticia ya que el comercio es muy mala manera de expresar o compartir el amor, pero es también mejor que nada.

Egoísmo. La necesidad y las bondades asociadas a compartir el conocimiento, sin embargo, no están tan bien difundidas como las del amor. Todavía hay muchos que creen en esconder el conocimiento; creen que lo que saben es más valioso si otros no lo saben. Esa actitud solo demuestra falta de conocimiento. No entienden que el conocimiento crece más que proporcionalmente cada vez que lo compartimos, igual que el amor.

Espero que el cambio cultural requerido para que la gente aprenda a compartir el conocimiento no tome miles de años, y que no haya que inventar una época del año especial para compartirlo.

Esperemos que sea obvio, que empecemos por enseñar a los niños las ventajas y bondades de compartir el conocimiento, y sobre todo que inculquemos en niños un serio y profundo amor por el conocimiento.

Podría ser que el amor por el conocimiento sea lo que falta. Si aprendemos a querer el conocimiento por lo que es, la necesidad de compartirlo podría hacerse obvia ya que al compartirlo crece; y, cuanto más conocimiento haya, mejor estaremos todos.

El amor por el conocimiento implica una vida de constante investigación y aprendizaje; implica nunca dejar de estudiar, de enseñar y de aprender. Esa es precisamente la clase de ciudadano que necesitamos en la era del conocimiento.

El amor por el conocimiento, obliga a compartirlo. El conocimiento nunca es final ni absoluto; el conocimiento que no se pone a prueba (que no se comparte y discute), se pone añejo.

El amor por el conocimiento no permite que se esconda. El secretismo que sufrimos en este país de Dios, desaparecerá cuando todos aprendamos a querer y cuidar el conocimiento como se lo merece.

Círculo virtuoso. Un corolario obvio de todo esto es que, en lugar de exportar cerebros, debemos importarlos. Para importar cerebros se necesita algo más que plata: se necesita un ambiente donde el conocimiento se comparta; un ambiente de transparencia intelectual que atraiga a los más talentosos; un ambiente en el que la producción de conocimiento sea cada vez más acelerada y, por tanto, atraiga cada vez más talento, que produce cada vez más conocimiento. Este es un circulo virtuoso que nos llevaría a la riqueza y a la felicidad, al mismo tiempo, sin que una sea consecuencia de la otra, sino que irán juntas: todo como resultado de un gran amor por el conocimiento. ¡Feliz Navidad!

Artículo publicado en el periódico La Nación