Bomba de tiempo

diciembre 8, 2003 - Publicaciones

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No siempre es obvio cuando una tecnología se torna obsoleta. La sola presencia de una tecnología mejor no permite concluir que la otra está ya obsoleta. Los estudiosos del tema aseguran que la obsolescencia se hace obvia cuando la nueva tecnología es percibida como 10 veces mejor que la anterior. Medir una percepción es, obviamente, muy difícil.

Ahora bien, en ocasiones una tecnología da claros signos de obsolescencia: se detiene en su desarrollo (por ejemplo, un año entero sin mejoras sustanciales), o aparecen nuevas tecnologías mucho más baratas y/o mucho más eficientes (cuestan una cuarta parte, consumen una fracción de la energía, funcionan cinco veces más rápido, etc.).

Tan irresponsable es salir corriendo a cambiar una tecnología al primer indicio de obsolescencia, como lo es negarse a ver los signos claros y cada vez más evidentes. Cuando pasan 10 ó 15 años en los que los signos de obsolescencia se reiteran y repiten hasta el cansancio, aferrase a dichas tecnologías va más allá de la irresponsabilidad; este comportamiento puede ser considerado terrorismo corporativo.

Esconder la obsolescencia de una tecnología, cambiándole el aspecto exterior, por ejemplo, equivale a armar una bomba de tiempo. La lógica (contrasentido) es la siguiente: tenemos una tecnología vieja, cara, inflexible y lenta, pero funciona bien; por lo tanto, justificamos invertir en una “fachada” nueva que produzca la ilusión de que la tecnología no está obsoleta. El costo de dichas inversiones es muchas veces mayor que lo que aparenta; el costo oculto es el daño que ocasionará la bomba de tiempo que se acaba de armar. Donde la irresponsabilidad se torna en terrorismo es cuando los tomadores de semejantes decisiones calculan que ellos ya no estarán en la organización cuando explote la bomba.

No hay duda que la bomba tecnológica explotará. La tecnología no va a dejar de estar obsoleta por estar escondida, los costos seguirán creciendo y las deficiencias de la tecnología obsoleta seguirán lesionando la capacidad competitiva de la organización. Peor aún, los remedios cosméticos aumentan la complejidad total más que proporcionalmente, de manera que la tecnología obsoleta, difícil de mantener, se torna en una verdadera bomba de tiempo. El costo de mantenimiento, lógicamente, crece con la complejidad hasta llegar a niveles insoportables. La bomba explota cuando la organización, a través de gastos excesivos e incapacidad de reacción tecnológica pierde competitividad y cae presa del mercado.

Claras ventajas. Para los sistemas de información, la Arquitectura Orientada a Servicios (SOA por sus siglas en inglés) es la tendencia de mayor fuerza en la actualidad. Para ver el potencial de esta idea, imagine lo que significaría que todos los “servicios” que ya el Gobierno tiene fueran disponibles para ser usados digitalmente por los sistemas de otras organizaciones. Las ventajas son claras, por ejemplo: al abrir una cuenta bancaria únicamente tendríamos que dar nuestro número de cédula ya que todos los demás datos (nombre completo, estado civil, dirección, etc.) los podría obtener el sistema del banco de los sistemas de otras instituciones. Pero para implementar esto, se necesitará buscar y desactivar las minas que se han venido armando con el tiempo. Si no es con esta tendencia, eventualmente otro cambio tecnológico hará que la bomba explote. Pensar que esto es solamente un problema de integración, equivale a disimular la mina.

Un buen ejemplo de las bombas que se están activando son sistemas de cómputo de hace 15 ó 20 años que ahora aparecen publicados en Internet. Para publicarlos en Internet, no los cambian, solo los “integran” con las nuevas tecnologías. El arroz con mango resultante es, sin ninguna duda, una bomba de tiempo.

Artículo publicado en el periódico La Nación