Estar del lado equivocado de una brecha digital, es una terrible desventaja; es peor que competir a pie contra un ciclista. Al igual que la competencia a pie contra el ciclista, la distancia entre los que tienen, y no tienen, acceso a las tecnologías digitales, se hace cada vez mayor.
Un país cuyos puertos no gozan de la ventaja de contar con un flujo de información eficiente, debe enfrentar largas filas, tanto de mercadería como de vehículos para transportarlas, lo cual redunda en mayores costos, que tienden a compensarse con menores salarios y/o utilidades.
Si a esto le sumamos los costos en que incurre todo el país haciendo filas y empujando papeles en tramitología interminable, es claro que aquellos países que no gozan de la producción y/o utilización inteligente de la tecnología, son cada vez menos competitivos y, por lo tanto, están condenados a ser cada vez más pobres.
Brechas internas. Pero la brecha digital no solo se da entre países. Dentro de un país, incluso uno pequeño y educado, hay enormes brechas digitales que también se están ensanchando constantemente. La correlación entre las brechas digitales y las brechas sociales es cada vez más clara y obvia. También existe una clara brecha digital entre los ciudadanos urbanos y rurales, lo cual es irónico ya que una de las capacidades de la tecnología es eliminar la distancia.
Pero tal vez la brecha menos obvia y, por lo tanto, la más peligrosa, son las brechas digitales entre empresas: grandes y pequeñas, estatales y privadas. Estas brechas entre empresas, a menos que se tomen medidas certeras, también serán cada vez mayores.
Si las pequeñas empresas no adquieren pronto acceso a las tecnologías digitales, su productividad sufrirá, lo cual tenderá eliminarlas, concentrando la actividad económica productiva en pocos participantes. Esto no necesariamente reducirá el crecimiento económico, pero sí impactará fuertemente la distribución de la riqueza creada.
Si las grandes empresas e instituciones estatales no aprenden a hacer uso eficiente de la tecnología (por ejemplo, integrando la vasta colección de sistemas dispersos), el aparato estatal continuará haciéndose cada vez más pesado, restándole cada vez más valor a la economía nacional.
Las pequeñas empresas e instituciones estatales son, probablemente, las entidades en mayor riesgo de rezago digital. Muchas de estas son relativamente jóvenes; fueron creadas con buenos propósitos, e incluso algunas con suficientes recursos, pero se descuidó la necesidad de manejar eficientemente la información para la cual existen y pronto se convirtieron en repositorios de papel, cuyo costo de operación apenas son mayores (a veces menores) que los beneficios que ofrecen.
Identificar las brechas. Hasta hace poco, era muy fácil identificar a los desposeídos digitales; eran los que no tenían computadores.
Ya no es tan fácil; hoy hay desposeídos digitales con computadoras en la casa y en la oficina. Una computadora desconectada es una máquina de escribir y/o calcular glorificada, agrega muy poco (o nada) a la productividad. En Costa Rica más de la mitad de las computadoras están desconectadas.
Lo mismo es cierto para los sistemas desconectados los unos de los otros. Sistemas que automatizan un pedacito de un proceso y obligan a re-digitar la información varias veces en otras partes de un proceso (ojalá interinstitucional), son poco eficientes, son propensos a errores, no son del todo escalables y no tienen posibilidades de aumentar la productividad de los involucrados.
Identificar las brechas, su magnitud y su origen, es, sin duda, un importante primer paso. La creación de riqueza digital, tanto en productos y servicios digitales como en su aplicación en el resto de la economía, es requisito indispensable para lograr el aumento en productividad.
Diseñar medidas de corto y mediano plazo para reducir las brechas digitales internas, podría ser necesario para poder atacar las brechas externas.
Artículo publicado en el periódico La Nación