Burro amarrado

septiembre 19, 1998 - Publicaciones

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Con frecuencia cada vez mayor, alguien hace la analogía de burro amarrado contra tigre suelto. Casi siempre el burro representa a la (pobrecita) empresa estatal y el tigre a la empresa privada.

Yo no sé si es la agilidad o la inteligencia del burro lo que lleva a la comparación. Cantidad de leyes, reglamentos y regulaciones sin duda restan agilidad a la empresa estatal, pero la experiencia nos ha demostrado, en demasiadas ocasiones, que si el burro se suelta, aunque sea un poquito, se lo llevan para la casa. Está claro que el burro debe estar amarrado. Las empresas estatales no pueden ni deben competir con la empresa privada. Zapatero a tus zapatos.

Los cambios tecnológicos de los últimos 25 años han incidido tan fuerte y profundamente en la industria de los servicios (bancarios, de comunicaciones, de transporte, de seguros, etcétera.) que han hecho imposible que los burros amarrados los sigan prestando. Para aprovechar los cambios tecnológicos, y obtener ventaja comparativa, son necesarias imaginación, entendimiento y, sobre todo, agilidad.

Ninguna economía del tercer mundo (sigo pensando que al desaparecer el segundo mundo nos deberían haber promovido) tiene posibilidad de salir del subdesarrollo sin una industria de servicios ágil y eficiente. La cantidad de actividades a las que los burros amarrados se pueden dedicar sin actuar de lastre a la economía es, obviamente, cada vez menor.

Premeditación. Todavía hay quienes creen que el concepto del Estado Empresario fue un error; siento que la mayoría sabe que fue diseñado con toda premeditación para "caminarse la harina".

Hoy, finalmente, pareciera existir consenso respecto a la necesidad de la competencia para crear riqueza. Para promover la competencia es necesario abrir los mercados. La apertura de los mercados lleva a la disyuntiva: ¿qué hacer con los burros? Unos proponen que los suelten, mientras otros piden que se vendan (para amortizar la deuda).

Para mí es obvio. que no se pueden dejar los burros amarrados para que se los coman los tigres. Tampoco se pueden soltar los burros, ya que en pocos años no quedará ni el cuento (no habrá nada que vender). También es obvio que si en Costa Rica continuamos (como en los últimos años) gastando más de los que ganamos, no tiene caso amortizar la deuda, ya que nunca vamos a salir del hueco.

Como en este país ideas nunca faltan, es probable que alguien proponga que matemos a los burros y usemos la carne en los tamales de diciembre.

Artículo publicado en el periódico La Nación