La imaginación no me alcanza para imaginar un futuro que no sea digital, ni para imaginar alguien que piense que debemos seguir siendo analógicos. La brecha digital sin duda se ensanchará, habrá pueblos digitalizados y pueblos muy, pero muy pobres.
Los aparatos digitales por sí solos no generan riqueza. Ser o estar digitalizado no es estar rodeado de aparatos digitales. El jerarca que tiene la oficina llena de aparatos digitales, pero "no tiene tiempo" de revisar su propio correo electrónico, no está, ni con mucho, digitalizado.
Las personas mayores siempre merecen respeto, pero un jerarca o un líder que se ufane de ser de la "vieja ola" y, por lo tanto, no puede aprender a utilizar la tecnología digital debería pensionarse de inmediato y dejarle el campo al alguien que no vaya a entorpecer el progreso. La tecnología digital, entre otras cosas, aumenta en varios órdenes de magnitud el alcance al jerarca, puede comunicarse con muchas más personas, puede enterarse de muchas más cosas, puede manejar su tiempo mucho mejor, puede considerar mucho más puntos de vista y (si no es demasiado bruto) puede tomar mejores decisiones.
Necesidad urgente. La creación de una cultura digital es, a mi juicio, una necesidad urgente, debe ser identificada y deben ejecutarse acciones concretas hacia ese objetivo. Para aquellos a los que el pesimismo los haya envuelto y no crean que se pueda hacer nada a escala nacional, siempre está la opción de hacerlo a escala local, o empresarial y hasta familiar o personal.
La cultura digital implica un modo de vida en la que el papel y el transporte físico de personas son únicamente necesarios para fines de entretenimiento (por ejemplo, leer un buen libro en una hamaca o viajar a la playa a descansar). El viejo dicho "papelitos hablan" es un anacronismo que debería desaparecer de la cultura popular de inmediato. Viajar al trabajo carecerá de sentido ya que el trabajo físico será realizado por autómatas (robots). Transportarse para realizar trabajo intelectual es muy parecido a imprimir los correos electrónicos para que el jerarca los lea y apunte a mano las respuestas: una estupidez. Si los que trabajamos en oficinas trabajáramos desde la casa (o centros urbanos de trabajo digital), sin duda se reduciría el gasto en diésel y gasolina sustancialmente (y el humo en las calles).
Hay dos buenas noticias recientes que deberían devolvernos un poquito de optimismo, mas no lanzar campanas al vuelo: la firma digital y la Internet Avanzada, dos grandes e importantes proyectos. Ambos tienen años de estarse usando como excusa para no hacer nada (como no tenemos banda ancha no podemos hacer teletrabajo, como no tenemos firma digital no podemos hacer gobierno digital etc.).
La aprobación de la Ley de firma digital todavía dejará grandes tareas y retos por delante, hay que escribir y publicar reglamentos y hay que esperar a que el MICIT se organice para certificar a los certificadores. Todo esto requiere tiempo y paciencia.
La inauguración de la Internet Avanzada es buena noticia, pero deja muchas dudas acerca de cuándo se tendrá el servicio y cómo se manejará su calidad. Ante el anuncio tan esperado, decenas de empresas e instituciones han preguntado si pueden reemplazar las redes de líneas dedicadas (caras y lentas) por conexiones ADSL y han quedado, una vez más, decepcionados. Hay que esperar. La calidad del servicio se refiere no solo a su disponibilidad, sino a la velocidad real entregada (ya que se cobra según velocidad) ahora es muy fácil verificar la velocidad real obtenida (www.adsl4ever.com).
Esperar con paciencia, sin embargo, no parece ir de la mano de la cultura digital. Al eliminarse los papeles, las filas y el humo de las calles, la gente aprende a apreciar el valor del tiempo, aprende a disfrutar de la productividad y la riqueza que se genera. Un pueblo con cultura digital no despilfarra el tiempo. Un pueblo que aprovecha el tiempo es más productivo, genera más riqueza y, por consiguiente, puede disfrutar más vacaciones.
La cultura digital es, por definición, transparente. Las empresas e instituciones del futuro (las que sobrevivan) deberán ser totalmente transparentes. Las que no se desvistan voluntariamente, serán desvestidas en público a nivel global, de esto ya hay mucha experiencia (como demuestra Don Tapscott en su libro La corporación desnuda). La transparencia no es opcional, el mundo globalizado (digitalmente) obliga a la transparencia. En un mundo analógico donde todo se plasma en papel, aunque se quiera, ser transparente es muy difícil. En el mundo digital, sin papeles, ser transparente es fácil. No hay que ser muy vivo para darse cuenta de quiénes son los enemigos del futuro digital.
Artículo publicado en el periódico La Nación