Inversión, gasto o desperdicio

Junio 26, 2002 - Publicaciones

Compartir

Tradicionalmente, la diferencia entre una inversión, un gasto y un desperdicio ha sido bastante clara. Las tres son erogaciones. En la primera se adquiere un activo que será útil por varios años; en el segundo se adquiere un servicio o un activo que se consume durante el año; y en el tercero se adquiere un bien o servicio inútil.

Con bienes y servicios tecnológicos, donde la obsolescencia es tan grande, dicha diferencia no es tan clara y, por lo tanto, se podría prestar a transacciones dudosas. Por ejemplo, en Costa Rica hay instituciones públicas que todavía tienen equipos grandes main frame, a los cuales me referí como dinosaurios (La Nación, 28 de febrero de 1993).

Digno de Enron. Equipos que solo pueden correr un tipo de programas y programas que solo pueden correr en un equipo son sistemas propietarios profundamente obsoletos, son un callejón sin salida; sin embargo, hay instituciones que continúan haciendo erogaciones en ellos. Contabilizar dichas erogaciones como inversión es un acto de creatividad contable digno de Enron. Dichas erogaciones tampoco se deberían contabilizar como gasto, pero, que yo sepa, no existe un equivalente contable al concepto de desperdicio.

Las erogaciones del sector público en tecnologías de información (TI) sin duda sobrepasan los $150 millones anuales. De esto, lo dedicado a sistemas abiertos (estimamos un 30 por ciento) debería considerarse como inversión o gasto. Las erogaciones en tecnologías obsoletas pueden representar hasta la mitad de todas las erogaciones en TI del sector público.

Triple ofensa. Las erogaciones dedicadas a mantener dinosaurios tecnológicos son una triple ofensa. Primero, el desperdicio; segundo, se perpetúan los costos de operación más altos; y, tercero, se pierde la posibilidad de hacer que los sistemas sean flexibles y respondan a las necesidades de los usuarios. Es obligación preguntarse por qué sigue sucediendo esto en el sector público

Artículo publicado en el periódico La Nación