Menos tiempo que vida

marzo 24, 2000 - Publicaciones

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En más de una ocasión he visto ilustres filósofos y pensadores occidentales totalmente confundidos ante el dicho costarricense "Hay mas tiempo que vida". Desafortunadamente, pese a que el dicho suena bien y desconcierta a la mayoría de las personas ajenas al trópico, cada vez es menos cierto. Incluso pienso que se está convirtiendo en la cuarta gran mentira de los ticos.

La muerte de la distancia es, por lo menos en parte, responsable. Los pensadores tropicales nos podrían decir que no importa cuantas veces muera la distancia, el tiempo nunca morirá. Otra vez, suena bonito, pero no cala.

El tiempo puede que no muera pero, para efectos prácticos, cuando lo medimos en unidades cada vez menores, es cada vez más escaso y más valioso. Decir que hay más tiempo que vida se torna en otro de los grandes contrasentidos de la incultura tica.

La muerte de la distancia ha traído como consecuencia una drástica reducción en el tiempo, lo que antes se media en años ahora se mide en meses o semanas. Ahora se habla de hacer las cosas a la velocidad de la Internet. Cierto, en Costa Rica la velocidad de la Internet es más lento que despacio, pero eso tampoco cambia la realidad. Nos guste o no, hay menos tiempo que vida.

De lento a parado. Si en Costa Rica seguimos usando el dicho de que hay más tiempo que vida como excusa para seguir operando en las tres velocidades tradicionales: lento, despacio y parado, muy pronto pasaremos a la historia como un chiste de mal gusto.

El problema es que mientras nosotros desperdiciamos el tiempo, otros lo aprovechan. El resto del mundo se niega a entender el concepto de "más tiempo que vida", el resto del mundo piensa que si no se mueven y hacen las cosas hoy (en lugar del año entrante) algún vecino se les va a ir arriba.

Lo peor es que cada vez que un vecino se nos va arriba (lo cual sucede cada vez más frecuentemente) retrocedemos en el tiempo, nos alejamos del desarrollo económico y del bienestar al que siempre hemos creído que tenemos derecho (por razones aleatorias, no por esfuerzo).

Vecinos mucho más pobres y con mucho más problemas se nos van arriba a cada rato; para muestra un botón: el monopolio de las telecomunicaciones. Es una falta de seriedad pensar que tenemos tiempo para seguir discutiendo si el monopolio tiene o no sentido.

He leído con gran satisfacción (en La Nación Digital) que la Asamblea Legislativa aprobó la apertura de las telecomunicaciones en primer debate. Me cuesta trabajo, sin embargo, entender el alboroto que se ha creado al respecto. A amigos y colegas en Sydney, Australia, con quienes he comentado, les es totalmente imposible entender que a estas alturas haya un país civilizado discutiendo si se debe o no mantener el monopolio de las telecomunicaciones.

En Australia quitaron el monopolio hace como seis años. Hoy, Telstra (equivalente al ICE) es más grande, gana más plata, da mejor servicio, y emplea más gente que cuándo era monopolio. Pero el resultado importante no es Telstra, es el país. Australia tiene hoy una de las poblaciones más conectadas del mundo: segundo lugar en celulares per cápita, tercer lugar en PC per cápita, primer lugar en tenencia accionaria, el mercado de valores más grande del mundo como porcentaje del PIB, etc.

Tal vez en La Ribera. En Sydney, ya hemos visto el uso de la Internet desde el teléfono celular. Todos están apurados, nadie tienen más tiempo que vida. En Costa Rica, los únicos que parecen entender esto son los amigos que trabajan en La Ribera de Belén, ellos saben que solo los paranoicos sobreviven.

La drástica reducción en la medida del tiempo ha traído como consecuencia un aumento en la brecha entre el primer mundo y el tercero. Es obvio, para cerrar la brecha, los que van atrás deben moverse más rápido que los que van adelante. Si los de atrás siguen detenidos, mientras que los que van adelante aumentan la velocidad, los de atrás se rezagan cada vez más. Cada vez la brecha es mayor, cada vez las diferencias son más odiosas, cada vez la estupidez del monopolio tiene menos sentido.

En Costa Rica, hoy, no hay castigos por perder el tiempo; ni siquiera existe rechazo a los que hacen a otros perder el tiempo. Si nos detenemos a pensar unos segundos caemos en la cuenta de que si de veras hubiera más tiempo que vida, le enseñaríamos a nuestros hijos a aprovecharlo.

Perder el tiempo es sin duda un pecado (como lo es desperdiciar cualquier recurso valioso), pero hacer que otros pierdan el tiempo es un crimen abominable.

Artículo publicado en el periódico La Nación