Sin duda las tecnologías de consumo masivo son propensas a las modas. Se ponen en boga durante un tiempo y luego pasan sin pena ni gloria. Esto por cuanto las tecnologías de consumo masivo no se limitan a ofrecer funcionalidad, comodidad y valor económico sino también ofrecen valores emocionales como estatus, sentido de pertenencia a un grupo, etc.
Las tecnologías de consumo empresarial e institucional, por otro lado, no deberían ser propensas a modas ya que los valores emocionales son difíciles de consignar en un balance situación o en cualquier otra expresión de rendimiento de cuentas.
Las decisiones de adquisición de tecnologías para uso empresarial e institucional deberían ser decisiones racionales basadas en criterios totalmente objetivos. Ya quisiera yo, sin embargo tener un dólar por cada vez que alguien me ha dicho “ese es el Mercedes Benz de los sistemas”. Sin menospreciar, en lo más mínimo, las cualidades técnicas de los autos alemanes, todos sabemos que cuando alguien compra uno de esos, compra mucho más que un vehículo para transporte, esas cualidades no funcionales son injustificables en la adquisición de sistemas de uso corporativo.
Impacto. Este año, hay dos tecnologías que están cambiando el mundo. Las redes sociales y la computación en la nube. Decir que estas tecnologías están de moda, es una obvia sobresimplificación y subestimación del impacto de estas tecnologías.
Bien podría argumentarse que el uso masivo (cientos de millones de usuarios) de las redes sociales es una moda, por cuanto los usuarios (quienes ya no son solos los jóvenes) perciben, sin duda, valor emocional de su utilización, pero también perciben valor funcional. El valor emocional de una u otra red social lleva a los usuarios a cambiar, o no, su red preferida, pero el valor funcional hará que cada vez más usuarios utilicen las redes, entre otras funciones, como puntos de referencia en sus decisiones comerciales de todos los días. Siempre se ha sabido que una referencia de un amigo vale mucho más que todos los anuncios del mundo: la diferencia es que con esta tecnología podemos tener y estar en contacto continuo con miles de amigos.
De la misma manera que la decisión de una empresa o institución de participar de las redes sociales no es por seguir una moda, sino para permanecer relevante, la decisión de una empresa o institución de mover sus sistemas a la “nube” no será para seguir la moda sino para mantenerse competitivo. El control de costos es más obviamente necesario en las empresas privadas, pero las empresas públicas y las instituciones también tienen el deber moral de ahorrar, y el deber legal de explicar si deciden botar plata en tecnologías obsoletas.
Las economías de escala que ofrece la computación en la nube son tales que no se pueden obviar. Por ejemplo, un equipo de cómputo que se puede adquirir localmente por $2,000 (duran como dos semanas en entregarlo) y se puede hospedar en un centro de datos local por $150 mensuales, se puede obtener (el mismo poder de cómputo), en 10 minutos de un proveedor en la nube, por $40 mensuales.
Resistirse a estas realidades con actitudes machistas de querer ver los servidores en su propio centro de datos, nos dice de las habilidades de los proveedores de equipos en ofrecer valor emocional con la compra de los equipos más “chuzos”. Esgrimir alegatos de seguridad y privacidad, o peor aún, de querer saber “dónde están mis datos”, deja mucho que desear, sobre todo si vemos los centros de datos en los que operan, sin acuerdos de niveles de servicio, y las medidas de seguridad que garantizan (o no).
Los argumentos a favor de seguir haciendo batalla con servidores de correo, con los consabidos virus y correo-basura (spam), cuando se puede eliminar todo eso por una fracción del costo y el dolor, dejan mucho que desear. La computación en la nube no es, ni por mucho, una moda, es una tendencia habilitada por nuevas tecnologías y modelos de negocios.
Lo que si parece ser una moda, por ser basada en valores emocionales, es mantener sistemas bajo la modalidad cliente/servidor (sin acuerdos de niveles de servicio) y centros de datos, repletos de tarros y alambres, en instalaciones propias (frecuentemente inapropiadas). Esta moda resultan en un estilo de vida de mínima aversión al riesgo, alta peligrosidad y costos fuera de control.
Artículo publicado en el periódico La Nación