La dependencia tecnológica siempre ha sido negocio muy bueno para los proveedores y malo para los usuarios. La dependencia se da cuando una empresa o institución compra una tecnología propietaria que no se ajusta a estándares abiertos; en estos casos el cliente se ve forzado a comprar, en el futuro, cualquier modificación, mantenimiento o ampliación al mismo proveedor. El secreto es el costo de migrar o cambiar de tecnología. Conforme pasa el tiempo, los usuarios suelen aumentar la inversión (desarrollo) en la tecnología actual, haciendo cada vez más alto el costo del cambio, lo cual, a su vez, incentiva al proveedor a aumentar el costo del mantenimiento o ampliación.
La reacción de los usuarios a esta situación tan precaria generó la creación de estándares internacionales de tecnologías abiertas. Las primeras eran sistemas de software que podían funcionar en equipos de diferentes proveedores; así los proveedores de sistemas de bases de datos se convirtieron en los abanderados de los sistemas abiertos. Pero pronto se hizo evidente que no es mucho mejor depender de un proveedor de software que de un proveedor de hardware.
Sin costo. Cuando se adquiere una tecnología verdaderamente abierta, el costo de cambiarse a otro proveedor (después del período de depreciación) debe ser cercano a cero. Los estándares verdaderamente abiertos son aquellos desarrollados por organizaciones independientes, utilizando un proceso abierto y transparente, cuyo resultado también está disponible a todos sin costo (el estándar, no la tecnología).
La neutralidad tecnológica proclama que los gobiernos no deben prohibir ni preferir ninguna tecnología. Para permitir que todas las tecnologías participen, por nefastas que sean, es necesario carecer de estrategia. La neutralidad tecnológica podría permitir que el Gobierno compre tecnologías cerradas, que causen una fuerte dependencia y conlleven a enormes gastos de mantenimiento o ampliación durante décadas, tal y como ha sucedido en este país durante los últimos 30 años. El concepto de neutralidad tecnológica, a pesar de que suena bien (dos palabras de connotación positiva), es un concepto engañoso y peligroso si no se hace acompañar del concepto de independencia. Las empresas privadas pueden, si lo desean, crear lazos de dependencia con sus proveedores, las instituciones públicas no.
Cheque en blanco. Adquirir sistemas empaquetados, a los que no se puede acceder el código fuente, equivale a dar un cheque en blanco el proveedor. Los cargos de mantenimiento son inevitables y su costo, incontrolable. Los costos de realizar cualquier modificación o ampliación al sistema que no haya sido prevista por los desarrolladores (por más alemanes o gringos que sean) pueden ser enormes, o incluso el proveedor puede negarse a realizarlos.
Pero, con solo limitarse a adquirir sistemas que cumplan con los estándares abiertos emitidos por organismos internacionales independientes, no es suficiente. Los proveedores de sistemas como bases de datos o servidores de aplicaciones, por lo general, garantizan la adherencia a los estándares pero además ofrecen características especiales (features) que hacen a su sistema más eficiente o rápido que los de la competencia; utilizar dichas características es receta para la dependencia en el largo plazo. Por ejemplo, un sistema de base de datos que cumple con los estándares abiertos funciona más rápido si la lógica del negocio se programa como procedimientos almacenados en un lenguaje propietario, Después de cinco años de desarrollar en un lenguaje propietario, cambiarse de proveedor es sumamente caro; ellos por supuesto lo saben y cobran consecuentemente.
El Gobierno debe contar con una estrategia basada en estándares abiertos (que no es lo mismo que software libre) y dicha estrategia debe ser implementada de manera rigurosa. De otra manera el Gobierno seguirá dependiendo de los mismos proveedores. Depender de proveedores particulares es ciertamente contrario al interés público y, si no lo es, debiera ser ilegal.