Uno de los mejores tratados de estrategia a la fecha fue escrito hace más de 4.000 años por Sun Tzu, quien habla del posicionamiento para enfrentar al enemigo, enseña que es mucho más beneficioso abrumar que derrotar al enemigo, dice que “la destreza suprema la tiene aquel que vence evitando la batalla”. En buena hora, empresarios y políticos de todo el mundo utilizan hoy Las enseñazas del arte de la guerra.
Sin embargo, es justo notar que el mundo ha cambiado desde los días de Sun Tzu. El cambio más significativo, para mí, no son los adelantos tecnológicos ni los desarrollos geopolíticos, sino la velocidad del cambio. El cambio en la velocidad del cambio nos puede abrumar. El cambio es cada vez más rápido. Cada vez más, lo que aprendemos nos es útil durante menos tiempo. Ya no está claro quiénes son los enemigos, de dónde vienen o qué pretenden. Cada vez hay más liebres saltando desde más lugares y hacia más lugares, todos inesperados.
Cambio en presente. En El futuro que te alcanza, Juan Enríquez nos advierte que la velocidad con que cambió el mundo debido a los avances en informática y computación es mínima comparada con la del cambio que están produciendo la genética y la biotecnología. Si uno pone atención, rápidamente se da cuenta de que la “bioteconomía” nos va a cambiar a todos la vida, el trabajo, la salud y la riqueza. Aquellos que crean que eso está lejos, que afectará tal vez a sus nietos, están dormidos.
Todo esto me lleva a pensar que deberíamos enfrentar el futuro como Sun Tzu sugiere que enfrentemos al enemigo. Debemos estudiar, prospectar y posicionar nuestras fuerzas –en el caso de Costa Rica, por dicha, son más intelectuales que naturales– para esperar el futuro. De todas las posibles estrategias para enfrentar el futuro, no tengo duda, la peor es “esperar a ver qué pasa”. Seguir haciendo lo mismo y de la misma manera es una locura suicida.
Ya no parece haber discusión acerca de la necedad de seguir produciendo cosas que se pueden ver y tocar: está claro que esa estrategia hará a sus seguidores cada vez más pobres. También lo está que la riqueza futura no provendrá de los recursos naturales, que la ventaja no la tendrán aquellos con la mejor –o más barata– mano de obra, sino aquellos con la mejor mente de obra. El pan del futuro estamos condenados a ganárnoslo no con el sudor de la frente, sino con el sudor de la mente.
Arma de la imaginación. Todo esto no quiere decir que debemos dejar de producir arroz y frijoles, sino que debemos dejar de producir solo arroz y frijoles, buscar manera ingeniosas de agregarles valor, de producir granos básicos cargados de conocimiento, trocar la tosca herramienta por –el arma de– la imaginación.
Desafortunadamente, este ejercicio, de estudiar y preparase para enfrentar el futuro no es tarea de una vez o de una generación. No hay quite, de ahora en adelante, siempre vamos a tener que estar lidiando con un futuro que se nos viene encima cada vez más rápido, más disfrazado, más peligroso. Por fortuna, Costa Rica tiene muchas condiciones favorables. La educación favorece el entendimiento y la creación de conocimiento, y las bellezas naturales favorecen la imaginación. La combinación de conocimiento e imaginación es un arma muy poderosa que no debemos desaprovechar.
Artículo publicado en el periódico La Nación