El Financiero publicó una traducción de una entrevista con Clayton Christenssen, quien predice que este es el mejor momento para impulsar la innovación ya que la necesidad obliga. Daniel Roth, en la edición del mes pasado de Wired, también habla de las oportunidades para la innovación que se presentan en tiempos de recesión. Roth comenta como durante la depresión de 1930, cuando los rivales de IBM recortaron gastos en investigación y desarrollo, Thomas Watson construyó el famoso centro de investigación que lleva su nombre. También incluye Roth comentarios mucho más recientes, como el caso de Tom Siebel que invirtió en desarrollar un producto novedoso durante la recesión de 93 y tuvo el producto (CRM) listo cuando la economía surgió en el 95.
No hay duda que la recesión y los tiempos difíciles traen muchas oportunidades para los visionarios y los valientes. Tampoco hay duda que la tarea de innovar es de las más agradables para el ser humano. Internet está repleta de ejemplos de millones de personas haciendo (y publicando) cosas creativas todos los días. Pero el impacto de la tecnología en la economía, durante esta recesión será mucho más profunda que en las anteriores, además de promover la creación de numerosos productos, vamos a ver la utilización inteligente y creativa de tecnologías probadas.
Cuando el mercado se contrae, es muy difícil aumentar las ventas (la gente no tiene plata y/o ganas de gastar), la reacción lógica y necesaria es invertir para generar ahorros, es decir, reducir los gastos sin cortar la capacidad productiva, eso es lo mismo que eliminar desperdicio. Este es un caso en el que la enorme cantidad de desperdicio que tenemos en Costa Rica constituye una buena noticia, ya que es muy factible aumentar, o por lo menos mantener la producción, elevando la productividad a través de la eliminación del desperdicio y la ineficiencia.
Garantizar el éxito. Invertir una sola vez para generar ahorros recurrentes hace mucho sentido, siempre y cuando se tenga acceso a los fondos y se pueda garantizar el éxito del proyecto, es decir que los ahorros esperados se materialicen y que el proyecto concluya a tiempo y dentro del presupuesto. En tiempos de recesión es muy difícil endeudarse, primero porque el crédito escasea y segundo por la incertidumbre prevaleciente. Proyectos de tecnología exitosos (a tiempo y dentro del presupuesto) son casi tan escasos en la empresa privada como en las instituciones públicas, con las notorias excepciones (de aquellos que trabajan con tiempos y presupuestos holgados).
En resumidas cuentas, lo que hace falta es un esquema que permita evitar la inversión y garantizar el éxito de los proyectos. Con dicho esquema sería una tontera no emprender numerosos y cuantiosos proyectos tecnológicos dirigidos a generar ahorros y eliminar desperdicio.
Ese esquema se llama “outsourcing” en inglés, en Español tiene nombres horribles como terciarización, externalización de servicios y contratación externa. El outsourcing viene a resolver los dos problemas, ya que es el contratista el que hace la inversión (alguna de esta será, necesariamente, inversión extranjera directa) y se garantiza el éxito del proyecto, ya que dichos contratistas son expertos en esto (zapateros dedicados a los zapatos) y deben permanecer en el proyecto (brindando un servicio definido contractualmente como aceptable) durante un largo período para recuperar la inversión y generar una utilidad.
La coyuntura económica nos presenta así, una gran oportunidad para, en los próximos dos o tres años elevar sustancialmente nuestra productividad a base de sistemas que eliminen desperdicio e ineficiencia. Los proyectos más grandes, y por lo tanto los de mayor impacto, son estatales.
Los obstáculos que se presentan son sobre todo mentales y/o culturales. Hay quienes alegan que el outsourcing (contratación del servicio) sale más caro que comprar los equipos y los programas. Si costeamos el riesgo de los proyectos y el costo de oportunidad de no contar con los resultados de los mismos, vemos que el alegato carece totalmente de fundamento.
Artículo publicado en el periódico La Nación