La tecnología es un arma poderosa para el desarrollo, pero es de doble filo. Hay tecnologías superadas o cerradas, que, en lugar de promover el desarrollo, lo detienen e incluso lo reversan. Una decisión tecnológica mal tomada puede costarle a un país 20 ó 30 años de retraso.
Las leyes que rigen la contratación del Estado y los controles institucionales han demostrado ser totalmente insuficientes para garantizar la probidad en las decisiones tecnológicas. Pequeños grupos de funcionarios (políticos) no deberían tomar decisiones de estrategia tecnológica. No es –o más bien, no debería ser– lo mismo decidir cuál tecnología comprar que decidir a cuál proveedor comprársela. Las decisiones trascendentes son las que definen cuál tecnología adquirir y no deberían ser del resorte de una institución en una licitación, son de estrategia.
Entendimiento, visión y liderazgo. La estrategia tecnológica de un país es un requisito sin el que el desarrollo sólo se puede lograr por azar. Trazar la estrategia tecnológica no es difícil, solo se necesita una buena dosis de entendimiento, un poquito de visión, una pizca de liderazgo y, sobre todo, probidad. Una estrategia clara y bien definida no solo encauza las inversiones tecnológicas del Estado en la dirección correcta, sino también evita que, por motivaciones indebidas, se adquieran tecnologías obsoletas o causantes de dependencia inapropiada.
Condicionar compras futuras siempre ha sido ilegal, pero eso no ha evitado las compras de tecnologías cerradas y hasta obsoletas. La estrategia empresarial de desarrollar tecnologías propietarias que “amarren” a los clientes fue la más utilizada en el pasado cuando no existían estándares internacionales.
En telecomunicaciones, la tecnología a base de circuitos y centrales está obsoleta. La nueva tecnología a base de paquetes y enrutadores es muchas veces más barata y eficiente. La Red de Internet Avanzada (RIA) es un ejemplo de la nueva tecnología; GSM es un ejemplo de la otra.
No a sistemas cerrados. En sistemas de información, los que solo funcionan en un equipo o sistema operativo son cerrados. Todos ellos condicionan compras futuras; por tanto, deben evitarse y los obsoletos, desecharse. Los sistemas abiertos funcionan en cualquier equipo o sistema operativo. Los proyectos de conversión de los sistemas cerrados y obsoletos hacia sistemas abiertos han corrido la misma suerte de la RIA. No es razonable que un jerarca diga que se ven “forzados” a adquirir más tecnología cerrada y obsoleta.
Esconderse detrás de la llamada “neutralidad tecnológica” para permitir la adquisición de tecnologías cerradas es a todas luces inconveniente. La neutralidad propone que no se deben escoger las tecnologías más convenientes, sino que se deben permitir el concurso de todas. Esto suele llevar a situaciones en las que la evaluación y la escogencia es un asunto tan complejo que nadie lo entiende, para beneficio de algunos.
El país no solo tiene el derecho de escoger las tecnologías que le van a ayudar en su desarrollo, tiene la obligación de hacerlo. Dicha escogencia se debe formular como una estrategia nacional de tecnología. Dejar la puerta abierta para seguir adquiriendo tecnologías cerradas u obsoletas no es falta de interés, sino complicidad.
Artículo publicado en el periódico La Nación