Cada ser humano tiene un número finito de horas, que puede aprovechar o desperdiciar. El tiempo lo podemos aprovechar para aprender, producir, descansar, leer, pasear, divertirse, comer, dormir, etc. El tiempo desperdiciado es el que pasamos haciendo fila (o esperando) en el banco, en el peaje, en una de las presas del INS, en Internet (buscando algo que nunca encontramos), en el teléfono (tratando de lograr la conexión), en la CCSS, en las tiendas y, en general, en cualquier lado donde no se puede aprovechar el tiempo. El desperdicio es claro y caro.
Con la anterior definición de tiempo desperdiciado es fácil hacer números que nos asomen a la magnitud del desperdicio en Costa Rica (o en cualquier otro lado). Decir que cada uno desperdiciamos en promedio una hora por semana es sin duda muy conservador: el número real debe ser mucho mayor. Estimar el costo promedio de la hora de los adultos en Costa Rica en ¢500 es también sin duda conservador. De lo anterior concluimos que es muy conservador estimar que en Costa Rica desperdiciamos ¢50.000 millones al año, a la pura bulla (antes de contabilizar despilfarros, robos de sueldos, etc.).
Crimen abominable. Sería necedad negar este desperdicio. Decir que muchos de nosotros de por sí no teníamos nada que hacer es un insulto. Si perder el tiempo es pecar contra Dios, hacer que otros lo pierdan es sin duda un crimen abominable. Diseñar leyes de tránsito y esquemas de seguros de automóviles que maximicen el desperdicio de tiempo (de todos los ciudadanos) es extraño y difícil de entender. La impuntualidad (hora tica) es la manera más común de hacer a otros perder el tiempo; está claro para mí que la impuntualidad tiene un efecto neto negativo en la generación de riqueza de un país.
Al devolver al individuo su propio tiempo, se aumenta automáticamente el bienestar, ya sea porque trabajemos más o descansemos más o "vacilemos" más, no importa. La decisión de dónde queremos invertir (o gastar) el tiempo es una de las maravillas de ser seres humanos (y no recursos). Ver a un país pobre desperdiciar uno de sus recursos más valiosos (el tiempo de la gente) es muy doloroso y contradictorio. Cuanto más pobre el país, mayor necesidad tenemos de aprovechar cada minuto. Tal vez por eso somos pobres, por el desperdicio descomunal generalizado. En los países ricos no se ve semejante desperdicio.
Por suerte soñar es gratis ya que podemos pensar que el próximo gobierno va a ofrecer todos los servicios estatales por medios electrónicos, va a establecer un sistema nacional de citas que castigue la impuntualidad, va a modificar las leyes de tránsito y esquemas de seguros para minimizar (en lugar de maximizar) el desperdicio, etc. Desperdiciar oportunidades es una locura y una sinrazón, pero, desafortunadamente, muy real y muy frecuente.
Artículo publicado en el periódico La Nación