No toda la vagabundería es tan pintoresca como la de los supervisores de nubes, que pasan todo el día viendo para el cielo, verificando que las nubes no violen las leyes físicas y, si algún día lo hicieran, sin duda lo notificarían al jefe de supervisores, quien levantaría el parte, en original y siete copias.
En este país de Dios, hay vagabundos que, en lugar de trabajar enseñando a sus alumnos cosas útiles para el futuro, dedican ese tiempo (pagado por lo contribuyentes) a hilvanar historias fantásticas de cómo el TLC va a traer fábricas de armas o cómo la educación pública se va a privatizar, y otras bellezas semejantes. Cualquier cosa, con tal de no trabajar. Lo peor es que ni ellos mismos se creen las historias y lo único que transmiten es el ejemplo de vagabundería.
A tapar el sol… Es la vagabundería la que genera el miedo al trabajo productivo (y por lo tanto competitivo). En lugar de dedicarse a trabajar, a aprender, y hacer las cosas cada vez mejor, los vagabundos prefieren dedicar enormes cantidades de tiempo y esfuerzo a tapar el sol con un dedo. Se oponen a la globalización, insten en tonteras como la autosuficiencia alimentaria (que hace mucho tiempo, antes de la globalización, tenía algún sentido) y promueven monopolios, tanto públicos como privados.
El miedo al futuro que nos obligará a estudiar durante toda nuestra vida laboral, y a cambiar de oficio varias veces, está basado en la holgazanería. La estabilidad laboral, mal entendida como “trabajos de por vida”, no es más que pura vagabundería. Trabajadores que hagan lo mismo, de la misma manera, durante toda la vida, son nefastos, tanto para la empresa como para los seres (no recursos) humanos, como para la economía.
También hay otro tipo de vagabundería menos obvia: hay vagabundos que trabajan duro todo el día y todos lo días. Dan la impresión de ser cualquier cosa menos vagabundos, pero sufren de la peor pereza, la mental. Estos dejan que la vorágine del quehacer diario los envuelva y los lleve de la relinga, desde que llegan al trabajo hasta que se van para la casa. Están tremendamente ocupados, tanto que no pueden producir cambios necesarios para sobrevivir en este mundo tan cambiante. Es más fácil dejarse llevar por los eventos cotidianos que planear y ejecutar cambios importantes. Les da pereza pensar (y tienen la excusa perfecta: están demasiado ocupados). Esta es una de las formas más peligrosas de la vagabundería, ya que se trata de gente, por lo general, muy capaz, pero que, por pereza, miedo o ambas cosas, se vuelve incapaz de producir cambios.
Desde la escuela. Es muy probable que la semilla de vagabundería mental se siembra en la escuela, aprendemos que una buena excusa es tan efectiva como un buen resultado, y mucho menos cansado. Desde temprana edad, aprendemos que lo importante es estar ocupado (o aparentar estarlo). Si trabajamos duro y obtenemos un mal resultado, se apiadan del “pobrecito”, pero si producimos ideas diferentes y radicales, por más buenos resultados que produzcan, nos metemos en problemas por alborotar el panal.
Ver a los costarricenses haciendo filas en las instituciones públicas da lástima. Da lástima ver la manera en que se pierde el tiempo, pero da más lástima ver que nadie pone el grito en el cielo, y la ausencia de protestas y reclamos. Bien podría ser que a los vagabundos no les molestan en lo más mínimo las filas y los trámites, son la excusa perfecta para no hacer nada.
Artículo publicado en el periódico La Nación