Me gusta comparar el amor con el conocimiento, pues ambos crecen cuando se comparten, ambos benefician al ser humano, tanto individual como colectivamente, y ambos son difíciles de visualizar. El conocimiento es, además, el principal factor de la producción. El conocimiento produce, hoy en día, más riqueza que la tierra, el trabajo o el capital. Pero se comporta de manera muy diferente a los otros factores de la producción.
El conocimiento no es finito (desafortunadamente, la estupidez tampoco) y su posesión no implica que otros no lo posean. El conocimiento, si se guarda y se esconde, a diferencia de los otros factores, no produce y pierde su valor con el tiempo.
El conocimiento, en definitiva, se parece más al amor que a los otros factores de la producción. El conocimiento es difícil de contabilizar, de hecho casi nadie lo contabiliza, a pesar de constituir, probablemente el activo más importante (Karl Erick Sveiby lo definió como la diferencia entre el valor en libros y el valor de mercado de una empresa, bonita definición que carece de sentido en un país donde el valor en libros suele ser ficción y el valor de mercado no existe).
Cuando un empleado deja una empresa o institución, nadie contabiliza la pérdida de conocimiento que resulta, la pérdida es real, pero difícil de medir.
Hay quienes consideran que el conocimiento se produce en los laboratorios de investigación y se distribuye en las aulas. Yo considero que cada vez que el conocimiento se comparte, crece ya que la diferente perspectiva de cada quien, nos lleva a entender las cosas de una manera un poco diferente. El conocimiento no se produce de la nada, se produce a partir de conocimiento previo: todos los investigadores han contado con el beneficio del conocimiento producido por investigadores y pensadores previos.
Obviamente, la palabra escrita vino a impulsar enormemente la creación del conocimiento ya que se hizo más fácil acceder y utilizar conocimiento previo. Sin embargo, las tecnologías desarrolladas durante el último medio siglo han potenciado mucho más la producción del conocimiento debido al alcance e inmediatez del proceso de compartir conocimiento. Ray Kurzweil asegura que en este siglo produciremos más conocimiento que en los últimos 20.
Crecimiento. Pero, tal vez, la relación más importante entre el amor y el conocimiento, no sea esa extraña capacidad que tienen los dos de crecer con solo compartirse, sino la bondad de contar con una cultura que crea en ambos y promueva el amor al conocimiento.
El amor al conocimiento es una fuerza muy poderosa que puede, y debe, llevar a la humanidad por rutas de insospechada prosperidad.
Grandes y complejos problemas, como el cambio climático y el sistema financiero global (disfuncional) serán, sin duda resueltos por la colaboración de muchos grandes pensadores.
El nivel de complejidad con que debemos lidiar hoy en día, es órdenes de magnitud superior al que existía hace pocas generaciones. El problema y tamaño de los problemas actuales ha deshabilitado su solución por sabios individuales, el sabio más sabio, se encuentra cada vez más impotente ante la complejidad que estamos produciendo.
Estoy convencido de que la cultura costarricense tiene una dosis muy grande de amor al conocimiento. A los ticos nos gusta saber y entender cosas.
Sabemos que el conocimiento no solo es útil, sino que también nos hace sentir bien; es como el arte y el deporte en que tiene, además, un efecto fisiológico y emocional.
No hay otra forma de explicar lo que sucedió a finales de octubre cuando pusimos a la venta las entradas de TEDxPuraVida 2011: se vendieron todas en 36 horas.
A los ticos nos encanta el conocimiento, nos encanta tenerlo y compartirlo. Este año nuevamente contamos con una alineación de clase mundial que nos compartirá durante todo el 10 de febrero, en el Auditorio Nacional y, transmitido en vivo por Internet y en otros auditorios, conocimiento científico, tecnológico y cultural tan variado como profundo e importante. En el tanto en que este, y otros, eventos e iniciativas promuevan el amor al conocimiento, podremos enfrentar el futuro con mayor optimismo.
Artículo publicado en el periódico La Nación