Tarde o temprano todas las organizaciones debaten si deberían escribir su propio software, comprar un paquete o pagar por utilizar programas creados por terceros.
A pesar del enorme crecimiento de la industria de software durante los últimos 25 años, hoy en día todavía hay mucho más desarrolladores de software trabajando para organizaciones usuarias que para esa industria (en Costa Rica la proporción es 3 a 1).
Esto tiene dos razones de ser: por un lado, existe la necesidad de dar mantenimiento a una gran cantidad de software que se desarrolló cuando no existía la opción de comprarlo y, por otro, muchas organizaciones quieren, cada vez más, adquirir una ventaja competitiva a partir del software.
Me parece obvio que, si bien todas las organizaciones requieren de software para apoyar sus procesos, algunas aplicaciones son más importantes y estratégicas que otras y que dicha importancia varía de una organización a otra.
En alguna ocasión calculamos que en Costa Rica a través de muchos años debemos haber escrito varios miles de sistemas de contabilidad.
Esto es, sin duda, un desperdicio de tiempo, dinero, esfuerzo y talento, máxime que no he conocido a la organización que obtenga una ventaja competitiva de su sistema de contabilidad.
Existen, por otra parte, organizaciones que consideran que los sistemas de información no son, ni serán, arena de competencia en su industria o mercado; el mejor ejemplo eran las librerías, hasta que apareció Amazon.
Pero la decisión casi nunca es clara u obvia: las comparaciones de costos, tiempos y riesgos suelen tener muchas aristas.
La relativamente nueva alternativa de contratar el uso del software como un gasto operativo hace la decisión aún más difícil, ya que introduce nuevas consideraciones de riesgos en la dependencia no solo hacia los proveedores de dichas soluciones, sino también de abogados conocedores de este tipo de contrataciones.
Artículo publicado en el periódico La Nación