Las organizaciones que adoptan nuevas tecnologías obtienen una ventaja competitiva, las que no lo hacen quedan, obviamente, en desventaja.
A diario escuchamos de nuevas y maravillosas tecnologías que van a cambiar el mundo, Sin embargo, es física y financieramente imposible utilizarlas todas porque no es fácil, ni rápido, ni barato.
Para adoptar tecnologías, hay que adaptar la organización a ella. Muchos han intentado, sin mucho éxito, hacer lo contrario, impulsados por la creencia de que es posible evitar en vez de enfrentar la reacción al cambio.
Quienes no hayan adoptado hoy aplicaciones móviles, computación en la nube y analítica de datos ( big data ) sufren, sin duda, una desventaja competitiva. Los que todavía no han adoptado Internet de las cosas es probable que todavía no estén sufriendo la desventaja, pero se hará obvia en los próximos años.
La lista de nuevas tecnologías que ofrecen ventaja competitiva es larga. Algunas son, en ningún orden especial: realidad virtual, realidad aumentada, inteligencia artificial, robótica avanzada, manufactura digital (impresión 3D), energía solar, biotecnologías, vehículos autónomos, etc.
La decisión sobre cuáles tecnologías adoptar y cuáles dejar pasar no es fácil ni sencilla. Implica evaluar su posible impacto en la industria o en el mercado donde la organización participa.
Decisiones y riesgos
Con frecuencia, nuevas tecnologías habilitan la entrada de nuevos participantes al mercado, de manera que decidir no abrazar una tecnología porque los competidores (conocidos) no la podrán adoptar puede ser una muy mala decisión.
Es necesario tomar en cuenta las nuevas propuestas de valor al cliente o usuario que se pueden diseñar con las novedades tecnológicas, los costos y los riesgos implícitos en la adopción (tales como reacción al cambio, atrasos, robustez de la nueva tecnología, seguridad, privacidad, regulación, etc.), y la no adopción.
Al análisis de costos, beneficios y riesgos, finalmente hay que agregarle el apetito al riesgo de la organización y su capacidad de ejecución. También debe mantenerse en mente los peligros de asignar pesos o ponderaciones a las diferentes variables de la decisión, pues ellos suelen esconder (en lugar de transparentar) los verdaderos motivos de la decisión.
Obsolescencia
Ahora bien, las empresas en competencia están todas claras en que la obsolescencia tecnológica les va a generar una desventaja competitiva, y cada vez son menos las empresas que pueden escudarse en la protección geográfica o estatal, cada vez hay menos lugares donde esconderse, la globalización es como el futuro, nadie lo detiene.
Pero las instituciones y gobiernos en monopolio, en cambio, no sufren directamente los efectos de la obsolescencia, sino que los traspasan directamente al sector productivo. La menor eficiencia se traduce en mayores costos y en peor calidad de servicios.
Claro que algunos servicio públicos causan más impacto (positivo o negativo) que otros. La obsolescencia en los sistemas de salud, el transporte público, las aduanas y la recaudación de impuestos nacionales y municipales es bien conocida y se agrava con los años.
La causa de la obsolescencia tecnológica en el sector público puede estar relacionada con la adopción temprana que hicimos hace 45 años. En ese tiempo, los sistemas había que escribirlos, la capacidad de las máquinas y de los técnicos era muy limitada. Pero la capacidad institucional de adoptar nuevas tecnologías ha sido limitada por la creciente complejidad de los sistemas que en lugar de reemplazarse se remiendan ad infinítum, y en vez de adquirir las tecnologías que existen hace décadas se continua reinventando la rueda.
Facilitar acceso
Evitar la obsolescencia tecnológica debe ser un derrotero nacional, como evitar la plaga. Al sector productivo se le debe facilitar el acceso a las nuevas tecnologías (por ejemplo, desgravación arancelaria) y al sector público se le debe ayudar con políticas públicas que prohíban la reinvención de la rueda.
El sector público no puede continuar sosteniendo o, peor aún, desarrollando, tecnologías obsoletas. La adopción de las nuevas tecnologías debe basarse en la contratación de servicios. Las instituciones no necesitan tecnología, necesitan servicios basados en tecnología.
Cuando los servicios se contratan, la calidad del servicio es parte integral del contrato, y el contratista adquiere la responsabilidad no solo de brindar un buen servicio, sino también de evitar la obsolescencia.
Artículo publicado en el periódico La Nación