Más allá de las escuelas y colegios para niños y jóvenes, en la Europa medieval surgieron dos esquemas de formación que han evolucionado hasta nuestros días. Por un lado estaban universidades, asociaciones de profesores y estudiantes, que respondían a la necesidad de contar con personas instruidas en Teología, Derecho, Medicina y Artes para hacerse cargo de responsabilidades de administración, salud, comercio y gobierno. Las universidades eran patrocinadas por reyes, aprobada su fundación por el Papa. La responsabilidad mayor de las universidades radicaba en la búsqueda de la verdad.
Por el otro estaban gremios, asociaciones de artesanos, donde se formaba en los oficios a los aprendices, instruidos por un maestro que en su casa les alimentaba y hospedaba, hasta llegar a ser ‘oficiales’ y –a partir de ahí– percibir salarios.
Alemania ha perfeccionado un sistema de formación profesional dual que siguen aproximadamente dos tercios de los jóvenes. Ellos reciben una educación integrada que forma para el trabajo de alta calidad, en que se combina teoría y práctica, con el concurso de empresas e instituciones de educación superior. Este aprendizaje inicia en la universidad técnica y alterna,a lo largo de la carrera, periodos remunerados en la empresa. Los graduados quedan preparados para incorporarse al mercado laboral rápida y eficazmente. No sorprende que los países europeos que siguen este esquema tengan hoy las tasas de desempleo más bajas de la Unión Europea.
En Costa Rica hay aproximaciones a esto en el INA, los Colegios Técnicos Profesionales y las Prácticas incluidas al final de unas pocas carreras universitarias. Un pacto entre Estado, empresariado y entidades educativas para implementar esquemas de estudio formal combinado con aprendizaje remunerado e integrado en ambientes empresariales bien podría contribuir a mejorar nuestra productividad y prosperidad.
Artículo publicado en El Financiero