Durante siglos, la experiencia fue más importante que el conocimiento. El conocimiento era fácil de adquirir (no era mucho), mientras que la experiencia solo se podía adquirir con el tiempo. Los jóvenes no teníamos más remedio que esperar, adquirir experiencia y, eventualmente, ser tomados en cuenta.
No estoy seguro de si fue para bien o para mal, pero en algún momento, durante los últimos treinta años, eso cambió. Hoy, el conocimiento es siempre más importante que la experiencia. Y no es solo en Wall Street y en Silicon Valley donde las estrellas tienen, todas, menos de 40 años (en algunos casos, 30), ya que ese mismo fenómeno se ve, cada día más, en hospitales, bufetes, industrias y hasta en las más antiguas y veneradas universidades.
Irrelevante
Adicionalmente, cada vez más, los trabajadores adquirimos experiencia que se torna irrelevante con rapidez. El mundo cambia tan rápido que la experiencia tiende a ser contraproducente, ya que puede ser basada en conocimientos y/o tecnologías obsoletos. Mientras tanto, el conocimiento se multiplica a un ritmo nunca antes visto. Solo en medicina, leí, recientemente, el cuerpo de conocimiento se duplica cada tres años. Eso quiere decir que es físicamente imposible para una persona mantenerse al día con el conocimiento, ni dedicándose a estudiar 24 horas, todos los días de la semana.
A simple vista, puede parecer paradójico un recurso (el conocimiento) que, cuanto más abundante, más valioso, pero no hay tal paradoja, pues el conocimiento relevante, en una situación dada, es lo valioso, mientras que el conocimiento obsoleto hace al conocimiento valioso más difícil de adquirir.
La experiencia, por su lado, también debe ser relevante, pero, en un mundo tan cambiante, esta se vuelve muy elusiva. Por ejemplo, ser experto en una tecnología de punta (recién inventada) es un tanto contradictorio. Bien podría alegarse que la experiencia en tecnologías “similares” es la única alternativa para lidiar con lo novedoso, pero eso también es engañoso, debido a que las novedades no son siempre incrementales. De hecho, las más importantes son “disruptivas”, es decir, rompen con los esquemas anteriores y obligan a un replanteamiento. Cuando esto sucede, la experiencia previa se torna contraproducente. Es mejor no haber hecho nada que tener experiencia que, en vez de ayudar, refuerza paradigmas y creencias contrarias a la nueva realidad.
Todos debemos escoger constantemente cuáles nuevos conocimientos adquirir, y a qué proyectos o disciplinas dedicar nuestro esfuerzo para generar experiencia. Es bastante obvio que se acabaron los días en que se terminaba de estudiar antes de los 30 años para, luego, escoger una ocupación (preferiblemente, relacionada con el tema estudiado) y generar 40 años de experiencia para pensionarse al final de una ardua y fructífera carrera.
Durante toda la vida
Las nuevas generaciones deben prepararse para estudiar durante toda su vida, poniendo mucha atención a cuáles conocimientos quieren acumular, y cambiando de ocupación varias veces durante su carrera.
Ante este panorama, es muy probable que la experiencia más valiosa no se refiera a una ocupación o un tópico en especial, sino al cambio mismo. Es decir, la experiencia de haber cambiado muchas veces de ocupación y haber podido asimilar numerosas nuevas tecnologías es mucho más importante que la experiencia en una ocupación o una tecnología en particular.
Como, sin duda, el valor del conocimiento continuará aumentando, así también aumentará el valor de las técnicas y metodologías de enseñanza y aprendizaje. Lo más importante que podemos aprender es estar dispuestos a aprender y a hacerlo, de manera continua, durante toda la vida.
Si todo lo anterior suena muy cansado, estoy seguro de que será mucho más cansado hacerlo. Al final, si no nos morimos de viejos, nos morimos de cansancio.
Artículo publicado en el periódico La Nación