Tanto las personas como las organizaciones estamos en un franco proceso de digitalización. Esto se debe a que no solo utilizamos cada vez más dispositivos digitales y dependemos de más información digital, sino también a que el mundo a nuestro alrededor está cada vez, también, más digitalizado. La Internet de las cosas promete aumentarle el contenido de información (y comunicar dicha información) a casi todos los objetos que hasta ahora han sido inertes.
Las industrias que fueron las pioneras digitales, como la banca y las aerolíneas, van a tener muchas dificultades para mantenerse en la vanguardia digital. Hoy en día, industrias como la música y los libros se están digitalizando a grandes velocidades. Ni qué decir de industrias como el software o los avisos clasificados.
Tal vez lo más importante de este proceso es el hecho de que ningún área de la economía es inmune. Durante años se pensó que la agricultura no sería digitalizada (por costo y/o conocimiento), pero lo cierto es que tiene, por naturaleza, un enorme contenido de información (tanto durante la siembra y la cosecha como durante su mercadeo y distribución). La reducción exponencial de costo y la disponibilidad global del conocimiento hacen obvio que, como la agricultura, todos los sectores de alto contenido informativo (como salud, distribución, ventas al detalle, etc.) se verán enormemente beneficiados por la digitalización. La digitalización de la información incluye, por supuesto, su diseminación, y los aumentos en eficiencia y eficacia harán posible que algunos mejoren sus índices de productividad por factores nunca vistos.
Un buen ejemplo de los efectos masivos de la digitalización será la desaparición del efectivo. Hoy en día existe tecnología barata, segura y eficiente (teléfonos celulares, red interbancaria de pagos y certificados digitales) que permite eliminar el efectivo a corto plazo. Esto producirá enormes impactos en la evasión fiscal, el lavado de dinero y en toda la economía informal, además de eliminar el costo del manejo del efectivo (en Costa Rica se mide en cientos de millones de dólares anuales).
Claro que también habrá defensores del statu quo, escépticos a las bondades y reaccionarios al cambio. Utilizarán las viejas tácticas del miedo, incertidumbre y duda (FUD, por sus siglas en inglés). Dirán que, como ningún país lo ha hecho antes, debemos esperar.
Para que nuestras organizaciones migren rápidamente –y, en último término, el país– al mundo digital, necesitamos las tecnologías y los recursos humanos y financieros para hacerlo. Por suerte, ya los tenemos. Pero eso no es, ni por mucho, suficiente. Necesitamos liderazgo.
Líderes para el cambio
Así, pues, necesitamos líderes en las empresas y las instituciones que promuevan el cambio, basados en un claro entendimiento del proceso y sus bondades. Obviamente, no es sencillo ni fácil, pero la dirección del futuro es tan obvia que da lástima ponerse a discutir si se debe hacer. La mayoría de las inversiones tienen un retorno muy alto, muy rápido. Por ejemplo, migrar a los sistemas a la nube produce ahorros sustanciales en menos de dos años. Dejar de querer inventar el agua tibia (desarrollando cosas que ya están desarrolladas en otras partes) también produce ahorros de muy corto plazo. El costo de oportunidad de no contar con expedientes electrónicos es muchas veces mayor al costo de adoptar un expediente internacional con estándares internacionales. El costo de eliminar el efectivo es una fracción de los ahorros que le produciría al país en un solo año.
Necesitamos líderes que allanen el camino. En Costa Rica sabemos hacer cosas que nunca se han hecho en otros países. Es casi divertido imaginar qué habría sucedido si, en lugar de abolir el ejército, hubieran empezado a negociar con STSD (sindicato de trabajadores del sector defensa) y con CEIA (cámara empresarial de importadores de armas). Lo que no es, para nada, divertido es hacer un recuento de las oportunidades perdidas.