Hace ya más de cincuenta años que Los Supersónicos (Jetsons) nos hicieron pensar en un futuro utópico con carros voladores.
Hoy ya no es una utopía. Terrafugia y Aeromóvil tienen prototipos que funcionan y esperan vender al público en menos de dos años. Vehículos que caben en un garaje normal, pueden circular por las calles y también despegar y aterrizar verticalmente, ofreciendo así la posibilidad de trasladarnos libremente sin el trauma de la congestión vial.
A mí, sin embargo, me parece que no va a suceder. No por problemas tecnológicos, sino por problemas humanos.
Los humanos somos pésimos choferes. Los carros voladores solo serán una realidad si son autónomos; si dependen de los humanos para surcar los cielos, serían una pesadilla de control aéreo, en el mejor de los casos, y una matanza descomunal, en el peor.
Mejor sin chofer
Más de un millón y medio de personas mueren anualmente en accidentes de tránsito en el planeta, solo en Costa Rica mueren más de mil. Es increíblemente peligroso, las leyes de tránsito y la educación vial han demostrado ser inservibles, incluso en los países en que la educación vial funciona y la gente respeta las leyes.
Los vehículos autónomos en lugar de resolver estos problemas los elimina. Los carros sin chofer no solo son posibles, son necesarios.
Hace tan solo 11 años, la Agencia de Proyectos Avanzados de Defensa (Darpa) ofreció un millón de dólares al vehículo autónomo que completara una pista de obstáculos de 12 kilómetros, más rápido. En ese primer concurso nadie pudo completar la pista. Al año siguiente, cinco equipos la completaron.
El equipo ganador, de la Universidad de Stanford, fue rápidamente contratado por una empresa de software cercana.
El vehículo autónomo de Google ha transitado más de 1,6 millones de kilómetros sin accidentes. No conozco ningún chofer que haya manejado un carro 200.000 kilómetros sin chocar.
Competencia
Los carros sin chofer no son muy inteligentes, hacen más o menos lo que un caballo (llevarlo a uno a la casa sin accidentes ni problemas), utilizan muchos sensores (algunos sofisticados cono el radar láser) mapas de alta precisión y computadoras con suficiente almacenamiento para guardar hasta un terabyte por segundo.
El beneficio que esta tecnología traerá al planeta es tan grande y tan obvio que ya hay una multitud de empresas trabajando en sus versiones. Al CES (Consumer Electronics Show), en Las Vegas este año, el Audi llegó solo.
Volvo ofrece ya un auto capaz de conducirse sin chofer en una congestión vial, pero los entendidos aseguran que Mercedes lleva la delantera (de las empresas automovilísticas) porque en Silicon Valley está Tesla, además de Google, corriendo en la misma dirección, y circulan fuertes rumores de la pronta entrada a este mercado de Apple y Microsoft.
Ganancia
Si bien los beneficios de seguridad son suficientes para justificar esta tecnología, además promete ahorro de combustible cercano al 30% y ahorros en infraestructura vial. Se calcula que en las mismas calles caben ocho veces más vehículos si tan solo quitamos a los choferes (nadie infringe las leyes de tránsito, todo fluye).
El precio de los bienes raíces en la ciudades se verá afectado porque no se necesitan tantos parqueos (el carro deja al dueño en la oficina y se va a hacer mandados). La industria de los seguros no estará muy contenta, pero sus clientes sí. Estos son solo algunos de los impactos más obvios.
Sin lugar a duda, nada de esto sucederá si no contamos con un marco jurídico y regulatorio adecuado. Típicamente, leyes y reglamentos tardan muchísimo más que la tecnología en desarrollarse.
Mientras algunos sonríen al pensar en lo que no va a pasar en Costa Rica, países como Israel, Singapur, Corea y el Reino Unido ya han modificado sus leyes y reglamentos para permitir probar y perfeccionar esta tecnología.
El Reino Unido, además, asignó 100 millones de libras esterlinas al desarrollo de la tecnología. El estado de Nevada ya otorga placas a vehículos autónomos.
A mí me encanta pensar que mis nietos nunca van a necesitar licencia de conducir. Pensar en desplazarnos por el país sin estrés ni enojo puede sonar utópico, pero es ciertamente posible. Obviamente, los primeros en adoptar esta tecnología ganarán en competitividad y bienestar. Los rezagados, por el contrario, seguirán tratando de arreglar un sistema que no tiene arreglo.
Artículo publicado en el periódico La Nación