Es cada vez más probable que la inteligencia artificial (IA) desplace seres humanos del mercado laboral y es también una certeza que a muchísimos trabajadores (no solo de oficina) la IA les facilitará las labores.
Quienes aprendan a utilizar la IA sin duda tendrán una ventaja. Si la IA realiza un porcentaje de las actividades que antes estaban a cargo del humano, serán más productivas y por lo tanto más exitosas en el mercado laboral.
Tampoco hay duda de que nuevos puestos se desempeñan en tiempo real. El más común es el entrenador de IA, pero también hay una enorme necesidad de gente que, sistemáticamente, evite el sesgo que suelen tener las IA, sobre todo, los que traen los datos utilizados para el entrenamiento de los modelos.
También he leído que van a requerirse “explicadores” de las capacidades de las IA tanto a los jerarcas de empresas e instituciones como a los usuarios. Sin embargo, la mayor cantidad de los puestos de trabajo nuevos son todavía desconocidos.
Andrea Tanzi y José Aguilar, de Accenture, en su ponencia “Futuro laboral con inteligencia artificial” (disponible en el sitio del Club de Investigación Tecnológica), se refirieron a la urgencia de empezar a utilizar esta tecnología, ya que tiene aplicaciones en casi todas las áreas del quehacer humano.
Debe hacerse, por supuesto, de manera ordenada. Las organizaciones necesitan una política de IA que defina cuándo, cómo y con qué herramientas utilizarla, e incluso en qué ocasiones es una obligación.
Campo del conocimiento
Todos necesitamos capacitarnos en ingeniería de preguntas (prompt engineering), ya que la calidad de las respuestas de una IA depende muchísimo de las preguntas. Saber qué y cómo preguntar está muy relacionado con saber cómo funciona el software.
La manera en que el sistema “conversa” con los usuarios es engañosa. Algunos pensarán que el software es consciente, cuando en realidad ni sabe ni entiende nada de nada. Los resultados son el resultado de una interminable adivinación (estadística) de la próxima palabra.
La automatización es inexorable. Esta semana, en el Abierto de Australia, no quedó ni un solo juez de línea, porque se utilizaron cámaras conectadas a un sistema con una voz grabada para avisar cuándo la bola está fuera. Ahora hay ocho personas menos en la cancha y nadie reclama si la bola estaba dentro o fuera.
También, una agencia española prefirió invertir en una IA completa con un avatar femenino muy atractivo, que pronto se convirtió en influencer y está facturando de manera muy exitosa. La motivación para la inversión, dijeron, es dejar de lidiar con los egos de las modelos.
La cantidad de diferentes profesionales o trabajadores que aumentan su productividad delegando en la IA las actividades más cajoneras y menos creativas del puesto de trabajo nos lleva a pensar que de veras esta vez sí es cierto que la tecnología va a cambiar el mundo.
Una entrevista hecha por la editora en jefe de The Economist a los directores ejecutivos de OpenAI y Microsoft fue reveladora. A mí me llamó la atención cuando la editora presionó a Sam Altman acerca de cuáles serán las más poderosas nuevas capacidades de ChatGPT este año y cuando Satya Nadella dijo que esta vez la nueva tecnología sí va a beneficiar a las economías en desarrollo.
Es razonable suponer que empresarios tan astutos apuntarán primero a profesiones de alto valor que cuentan con un déficit de mano de obra. OpenAI, dijo Altman, mejorará sustancialmente sus capacidades de escribir código este año. Todas las organizaciones del planeta tienen departamentos de TI y ninguna da abasto con los requerimientos de los usuarios. Utilizar la IA para escribir una parte del software pareciera ser un buen lugar para agregar mucho valor.
Tecnología accesible
La revolución industrial que empezó en Inglaterra fue perjudicial para la India, tierra natal de Nadella. Los desarrollos tecnológicos estuvieron disponibles hasta muchos años después. En esta ocasión, no se necesitan enormes gastos de capital ni existe un mínimo de escolaridad para aprovechar la IA.
Campesinos analfabetos, a través de un teléfono, se comunican con una IA que los asesora en todas las etapas del proceso productivo. También reciben asesoría legal y sanitaria, y los niños, tutorías que mejoran sustancialmente la calidad de la educación.
Los centros de llamadas crecieron como hongos en economías en desarrollo, emplean a millones de jóvenes alrededor del mundo, con sueldos bastante superiores al promedio. En muchos de los países donde hospedan estos centros de llamadas que exportan servicios de primera categoría, internamente, los servicios, sobre todo públicos, son de pésima calidad.
Al parecer, las economías en vías de desarrollo son excepcionalmente diestras en diseñar procesos burocráticos que hacen imposible un buen servicio público, a menos que la entrega del servicio sea realizada por una IA.
Es contraintuitivo dejar que los procesos sean supercomplicados, por eso se debe delegar la ejecución en las IA. Si se automatizan la ejecución y el control de los procesos, quedará una enorme fuerza de trabajo disponible para empatizar con los ciudadanos, para resolver los casos más complejos e inesperados, para hacer lo que los seres humanos hacen mejor: ser creativos y empáticos.
Claro, mientras todo esto sucede, un deepfake de Taylor Swift se hizo viral en cuestión de minutos. Sin duda, conforme avancen los procesos electorales alrededor del mundo este año, vamos a ver peores.
La tecnología para identificar texto, imágenes o videos generados por IA existe y es relativamente accesible. Lo que no existe es la habilidad de hacerlo en tiempo real. Mientras existan cuentas anónimas en las redes sociales y no tengamos la habilidad de detectar contenido malicioso más rápido que el tiempo de viralización, tendremos que dejar de creer en todo lo que vemos y oímos.
Ya hay muchos trabajando en resolver el problema de detección en tiempo real, tal vez deberíamos sumarnos al esfuerzo.