Con interés y agrado vi la noticia de que la ley de nómadas digitales finalmente fue firmada. Esperemos sea bien ejecutada y atraiga muchos turistas-trabajadores, pero la ferocidad con la que se retrasó la ley por los pretendidos requisitos nos hace sospechar que hay una fuerte oposición a la ley, aunque no puedo imaginar efectos negativos de esta.
Trabajadores digitales, nómadas o no, existen desde hace muchos años; son empleos para algunas profesiones en auge y, en muchos casos, no existen suficientes profesionales para llenar las vacantes.
Existe, por ejemplo, una exitosa empresa de tecnología en Boston, fundada por un costarricense, cuyos programadores todos —o casi todos— viven en Costa Rica. También, decenas de miles de ticos trabajan en multinacionales para atender clientes extranjeros, la gran mayoría, si no todos, con la pandemia se fueron para la casa.
Los desarrolladores de software son trabajadores digitales por excelencia, pero también los diseñadores, arquitectos, analistas de todo tipo, encargados de atención al cliente y hasta radiólogos. La lista, obviamente, crece todos los días.
Sin embargo, no todo es color de rosa, se necesita una infraestructura digital robusta para apoyar a estos trabajadores, que en la GAM debe andar por arriba de los 50.000.
Los beneficios derivados de la eliminación de los viajes innecesarios se hicieron evidentes durante la pandemia, así como el ahorro de gasolina, una mejoría del aire, menos enfermedades respiratorias, etc.
¿Quiénes necesitan fibra óptica?
Yo debo tener cuatro o cinco años de trabajar en mi casa, desde que me instalaron la primera fibra óptica. En mi trabajo, hay mucho que puedo hacer yo solo en mi escritorio, pero también debo reunirme con clientes y colaboradores, y para eso la videoconferencia es totalmente necesaria.
A menos que uno viva solo, con otras tecnologías no es posible obtener suficiente velocidad de subida. Si uno de los participantes en la videoconferencia carece de buena velocidad de subida, se queda “congelado”, lo cual produce una experiencia bastante desagradable que llevaba, antes de la pandemia, a rechazar mis solicitudes de reunión por videoconferencia.
Algunos trabajadores digitales, se me ocurre quienes dan servicio en la plataforma de compras públicas Sicop (aunque no tengo la menor idea si ellos trabajan desde la casa o no) podrían hacerlo sin mayores requerimientos de infraestructura.
El Sicop es famoso por su dificultad de uso —fue diseñado hace 20 años, cuando la experiencia del usuario era frecuentemente ignorada—, a menos que uno lo utilice todos los días.
Yo lo uso dos o tres veces al año, y siempre necesito el servicio de asistencia. Por teléfono, los encargados lo guían a uno en el manejo del sistema, y en menos de 15 minutos que dura la llamada me han resuelto todos los problemas.
Obviamente ellos no necesitan fibra óptica. Pero quienes requieren reunirse por videoconferencia o envían artes y planos precisan fibra con varios cientos de megabits por segundo de ancho de banda.
Aquellos que mandan imágenes médicas o archivos grandes, por ejemplo, videos en alta resolución y de cierta duración, necesitarán probablemente gigabits por segundo de ancho de banda.
Reuniones presenciales y virtuales
La pandemia nos obligó a realizar todas las reuniones por videoconferencia, pero aprendimos que no es muy eficiente cuando participan muchas personas porque la pérdida de relación entre la gente es muy grande.
Algunos apagan la cámara alegando mal ancho de banda y se torna un monólogo de alguien compartiendo la pantalla con diapositivas más o menos interesantes.
Las reuniones pequeñas, de tres o cuatro personas para dar seguimiento y tomar decisiones, son muy eficientes cuando se efectúan por videollamada, lo cual me lleva a sugerir que el mundo híbrido del que tanto se habla no es que algunos estarán presentes y otros de manera virtual, sino que en algunas ocasiones las reuniones serán presenciales y en otras, virtuales.
Las reuniones presenciales se pueden transmitir en tiempo real, pero los participantes virtuales siempre han sido, y siempre van a ser, ciudadanos de segunda categoría.
Ancho de banda insuficiente para nómadas digitales
Los nómadas digitales son, en su gran mayoría, trabajadores que requieren ancho de banda en ambas direcciones, y sin duda presentan una oportunidad muy interesante.
Para atraerlos, no bastan nuestras playas y montañas, se necesita una infraestructura digital de primer mundo.
Recientemente, estuve buscando una casa en las playas de Guanacaste para ir en las vacaciones escolares con mis hijos y mi nieta. En primer lugar, ninguna dice qué clase de internet ofrece, y, al preguntar, las respuestas que se obtienen asustan.
Muchos no saben cuánta velocidad de subida ofrecen. En una casa muy bonita nos dijeron que cuatro megabits de bajada y dos de subida; otros que 30 de bajada y 3 de subida.
Este tipo de conexiones si acaso le sirve a un turista para revisar correo, no podría ni siquiera ver televisión y menos trabajar. Es obvio que no tienen fibra óptica.
También se necesita ciberseguridad
No creo que los nómadas digitales quieran venir a quedarse en el área metropolitana. El atractivo del país son las playas y montañas, y la infraestructura digital no parece estar disponible en esos lugares.
Junto con la infraestructura, si queremos atraer trabajadores digitales, debemos proveer seguridad digital, es decir, ciberseguridad.
Un Estado que no puede proteger ni a sus instituciones no da mucha confianza de ser un lugar seguro. Claro que todos debemos asumir la responsabilidad de nuestra ciberseguridad (utilizando doble factor de autenticación, manteniendo respaldos de datos probados, etc.), pero un país donde las instituciones dejan de funcionar durante meses no constituye un lugar muy atractivo para trabajar.
Darle prioridad a la instalación de fibra óptica en los lugares atractivos no es difícil ni tedioso, por lo menos no tiene por qué serlo, puesto que hay una enorme oportunidad de negocio.
Si Costa Rica exporta servicios de ciberseguridad, es lógico que tampoco es difícil ni lento brindar dichos servicios internamente, construir una especie de escudo que proteja a todo el país y, por supuesto, desarrollar capacidades ofensivas para, una vez atribuido un ataque a un perpetrador, darle lo que se merece.