Es interesante analizar lo que sucede en los mercados cuando la tecnología, u otros medios, reducen o eliminan costos de transacción.
En algunos mercados, estos costos son obvios y obscenos, en otros no tanto.
No hablo solo de los monetarios, porque están las filas, el desabasto, el mal servicio, la especulación, la dificultad de comparar precios, lo que significa cambiar de proveedor y la obligación a pagar más por algo local que importado, entre otros.
Hace más de 200 años, un escocés explicó las ventajas del libre comercio: el aumento en productividad y la creación de riqueza beneficia a todos, pero, sobre todo, a los más pobres.
Durante por lo menos 150 años, a pesar de entenderse perfectamente los beneficios del libre comercio, los países practicaron el proteccionismo, el control de precios y otros tantos mecanismos de restricción. No actuaron así porque sean malévolos, sino porque siempre se creyó imposible que los mercados solos funcionaran bien; es decir, sin que algunos participantes obtuvieran ventajas indebidas.
Nuevos negocios. Los mercados electrónicos son muy recientes, los primeros fueron caballos de hierro; es decir, donde participaban los intermediarios que operaban el anterior mercado, solo que lo hacían por medios digitales.
Se creyó que estos mercados podían funcionar con menos regulación, y nos llevamos el sopapo del 2008.
Pero la tendencia a producir más y mejores mercados está muy lejos de haberse detenido. Muchos costos de transacción nacen de la intermediación; no sorprende, entonces, que los nuevos mercados tiendan a la desintermediación, que los participantes sean cada vez más iguales y también los clientes y usuarios.
Algunos costos de transacción son generados por la regulación, sea porque el costo de cambiar de proveedor es muy alto (como en los servicios bancarios) o porque la fijación de tarifas impide que la oferta se ajuste a la demanda (como en el transporte público). También pueden ser creados por barreras físicas, como es el caso de los libros en las librerías o los discos en las tiendas de música.
Cuando la tecnología digital reduce –en ocasiones a cero– los costos de transacción, suele causar estragos en su mercado. En años recientes, hemos visto a industrias enteras sufrir cambios profundos.
En algunos lugares todavía piensan que las industrias basadas en cosas que se pueden ver y tocar son inmunes a los cambios que están sucediendo, pero existen muchos ejemplos para demostrar lo contrario.
Golpe tecnológico. Internet de las cosas produce aumentos en la productividad agrícola mucho más que los subsidios y los aranceles. La logística ha sido severamente golpeada por la tecnología, lo cual ha permitido a participantes, como Coyote Logistics, capturar una gran porción del mercado sin tener que invertir significativamente en activos.
A mediano plazo (10 años) la impresión en tres dimensiones cambiará para siempre la manera de mover objetos de un lado a otro.
El transporte público sigue teniendo altos costos de transacción. Un incremento se da, por ejemplo, cuando existe la imposibilidad de conseguir un taxi (o porteador) en una ciudad congestionada a las 5:30 p. m. bajo un fuerte aguacero.
Eliminar estos costes en el transporte público puede llevar a la privatización del sector. Cuando pasajeros y choferes logran ponerse de acuerdo sobre viajes, tarifas y otras condiciones, en tiempo real, todo cambia. Así funciona Uber.
Movilizarse no solo se vuelve mucho más agradable, sino que también más eficiente y rentable para los participantes. La regulación de estos mercados se vuelve irrelevante. De hecho, una parte muy importante de los afectados son los reguladores.
Sobran quienes se refieren a los modelos de negocio de empresas como Uber y Airbnb como una nueva economía, la llaman la “economía colaborativa”, porque lo participantes se ayudan entre ellos de una manera en la que no era posible antes de Internet. Así Airbnb maneja más habitaciones que la cadena de hoteles más grande del mundo sin tener inmuebles y con costo marginal casi cero.
A mí me parece, sin embargo, que no es tanto una nueva economía como un mercado con menores costos de transacción y, por ende, más libre o más perfecto. Como dijo Smith hace 200 años, el libre comercio beneficia a todos porque se genera más riqueza, pero beneficia más a los más pobres.
Obviamente, conforme nos acercamos a mercados más perfectos, los adalides de la libertad en este ámbito –grandes y exitosos empresarios– pierden rápidamente su amor por la libertad de comercio.
Recordemos que en un mercado perfecto los participantes obtienen suficiente rentabilidad únicamente para continuar produciendo, no más. En un mercado perfecto, la única forma de obtener ventaja, temporal, es innovando.
Cuando la tecnología genera cambios profundos en un mercado, la tendencia al ludismo es entendible, pero no justificable. La pelea de los luditas ha sido contra el futuro, por eso nunca ganan.
Capacidad de oferta. Uber y Airbnb han desatado la ira de los luditas. Cuando los hoteleros reclamaron la competencia desleal de Airbnb porque sus cliente-proveedores no pagaban impuestos, Airbnb respondió preguntándole al fisco cuánto es lo que hay retener. Ahora lo retienen y listo.
Los choferes de Uber pagan impuestos, la demanda ahora es bien conocida: cantidad de pasajeros, kilómetros por pasajero, pasajeros por kilómetro por sector de la ciudad por franja horaria, etc.
El impacto más innovador de esta tecnología, sin duda, es la capacidad de la oferta de adaptarse a la demanda, en tiempo real. Esto nunca había sucedido.
Hoy podemos optimizar funciones económicas, en tiempo real, aunque, obviamente, estamos limitados por la imaginación.
Artículo publicado en el periódico La Nación