Es interesante notar que los mismos camaradas que hace 35 años utilizaban el término “reaccionario” para insultar a quienes se oponían al cambio hacia un régimen socialista comunista, son hoy los reaccionarios. Reaccionan contra la apertura de los monopolios, la eliminación de los subsidios opacos y, en general, contra el libre comercio.
Lo interesante es que este fenómeno no tiene nada que ver con ideología, sino con algo mucho más afín a la naturaleza humana: el amor o la aversión al riesgo. El ser humano es un administrador de riesgos nato. En su esencia, la administración del riesgo es muy sencilla: mientras se pueda respirar, se identifican y evalúan los riesgos, y se toman medidas para mitigarlos. La administración del riesgo termina cuando se pierde la habilidad de respirar.
Los cambios siempre conllevan riesgo. Hace 35 años reaccionamos contra la idea de llevar picaps llenos de piedras para protestar contra la Asamblea Legislativa por considerarlo antidemocrático. Los reaccionarios de la época consideramos que los riesgos asociados a la violencia callejera que irrespeta la voluntad del pueblo que eligió a los diputados (hoy denominada “democracia de la calle”) eran mucho mayores que los posibles beneficios. Los reaccionarios de hoy consideran que los riesgos son mayores que los beneficios asociados a la apertura.
Disciplina necesaria. Ahora bien, la administración del riesgo no siempre debe ser realizada de manera intuitiva o ad hoc. La administración del riesgo es una disciplina necesaria en cualquier proyecto; cuanto más grande e importante el proyecto, más necesario es administrar el riesgo profesionalmente. Los proyectos políticos también pueden, y deben, beneficiarse de la rigurosidad con que los ingenieros administran el riesgo.
Todo empieza con la identificación de los riesgos. Por extraño que parezca, hay riesgos grandes y obvios que algunos sencillamente no perciben. El no identificar un riesgo importante lleva a los reaccionarios a oponerse a un proyecto beneficioso; por ejemplo, el riesgo de no hacer nada es muchas veces ignorado, con nefastas consecuencias (recordemos el gobierno pasado).
También hay riesgos que algunos perciben, pero que en la realidad no existen e igual llevan a reaccionar contra el cambio. Por ejemplo, cuando los sindicatos de los dos lados de un tratado se oponen al tratado, porque los dos alegan que van a perderse empleos, uno de ellos está, obviamente, percibiendo un riesgo inexistente.
Para complicar más la cosa, hay riesgos reales, pero confidenciales. Cuando hay riesgos que no se pueden mencionar abiertamente, entonces la discusión se desvirtúa, los argumentos reales son suplantados por ficticios, se pierde toda la claridad, los reaccionarios defienden el statu quo con intransigencia inaudita, y se arriesga a perder la ecuanimidad y hasta la paz.
Todos los cambios conllevan riesgo. Mi experiencia en proyectos de múltiples tipos y tamaños me indica que la identificación del riesgo es la clave. Es mucho más fácil ponerse de acuerdo en evaluación y la estrategia de mitigación de un riesgo, que en la identificación de él.
Percepción de riesgos. Creo que los camaradas estarán de acuerdo en que no tiene nada de malo ser reaccionario (y nunca lo ha tenido) siempre que sea honesto. Cuando no hay agendas escondidas, las reacciones al cambio son sencillamente percepciones de riesgos. Lo seres humanos tenemos diferentes percepciones de las mismas realidades, pero, si no hay riesgos escondidos (por ejemplo el riesgo a perder prebendas inmorales o ilegales), la probabilidad de armonizar criterios es muy grande.
Desde mi punto de vista, la única reacción que es totalmente inaceptable es la reacción contra la transparencia. Los que reaccionan contra la transparencia nunca lo hacen de frente, siempre utilizan razonamientos técnicos y múltiples razones oblicuas de por qué no se puede o debe (todavía) implementar cambios que aumenten la transparencia.
La transparencia es amores y no buenas razones. Un proceso o proyecto no es transparente solo por estar publicado en Internet. Las estadísticas de desempeño del proceso dicen más que las reglas. Un detallado análisis de los riesgos de un proyecto dice más que su texto. La transparencia no es gratis, pero bien vale el boleto. La tecnología facilita, mas no garantiza, la transparencia. Todo el esfuerzo que invirtamos en transparencia será recompensado con creces ya que produce una cancha en la que no caben las agendas escondidas.
Artículo publicado en el periódico La Nación