Los subsidios parecen necesarios, para continuar con la locura que afecta a casi todos los otros países o para proteger, temporalmente, algunos sectores durante la transformación hacia una economía basada en el conocimiento.
Lo que me parece totalmente indefendible hoy son los subsidios opacos. Durante más de 50 años, en este país se han aprobado e implementado subsidios opacos. El beneficio de la duda nos hace suponer que antes era muy difícil manejar el detalle de cuánto se ha otorgado en subsidios a cada persona física y jurídica, e incluso tal vez más difícil publicitarlo eficiente y comprensivamente.
Los aranceles son solo un ejemplo de subsidios opacos. Cuando hay aranceles que evitan la importación de un producto, estamos subsidiando a los productores nacionales (por el motivo que sea) pero se hace de manera totalmente opaca, no queda claro (y ciertamente no se publica) cuánto estamos dando a cada productor.
Esto es importante en un Estado Solidario, ya que algunos subsidios, se supone, son para redistribuir la riqueza y, por tanto, no parece razonable subsidiar a quienes no lo necesitan.
Otro ejemplo opaco son los subsidios cruzados de servicios públicos, sobre todo porque hay un número de ellos que no requiere (y, por lo tanto, no merece) subsidios.
No creo que exista quien se oponga a la transparencia de los subsidios; de hecho, considero que con la tecnología y la experiencia que tenemos en el país, la opacidad de los subsidios se debería reconocer, si no como ilegal, por lo menos como inmoral.
Opacidad total. Tal vez el peor ejemplo de redistribución opaca fueron durante años las tasas de interés subsidiadas. Enormes sumas de dinero cambiaron de manos, sin que quedara evidencia clara y transparente de quiénes se beneficiaron (con la ayuda del secreto bancario).
Espero que las nuevas discusiones de banca de desarrollo incluyan total transparencia. De hecho ya no es necesario que exista, físicamente, un banco de desarrollo, este puede ser totalmente virtual y operar a través de los bancos comerciales. Estos podrían hacer operaciones de banca de desarrollo conectados en línea con el ‘banco de desarrollo virtual”, que de acuerdo con reglas bien definidas aprobaría transacciones y cubriría al banco comercial la diferencia en tasa de interés o de riesgo. Así, el banco virtual tendría toda la información (a nivel de transacción) de todos los subsidios otorgados, la cual se podría publicar en línea y la Asamblea Legislativa la podría utilizar para decidir si prorroga o elimina los subsidios (todos los años).
Obviamente, la tecnología nos permite hacer transparentes los nuevos subsidios y se puede o debe aplicar a los actuales. La mayoría son bastante fáciles de modelar, de manera que cada vez que un productor nacional vende una unidad de producto en el mercado doméstico se podría calcular el subsidio otorgado.
Puestos vitalicios. Donde se complica un poco la cosa es con la inamovilidad laboral. Los empleados del Gobierno y sus instituciones disfrutan de puestos que, para todos los efectos prácticos, son vitalicios. Este es un subsidio que se repite todas las quincenas, pero más difícil de medir, el subsidio real es la diferencia entre el sueldo que el funcionario devenga y el que devengaría en el mercado libre; esta diferencia (para un funcionario) aumenta con el tiempo.
También tenemos subsidios menos institucionalizados; por ejemplo, los coyotes que venden campos en las filas para los trámites. Estos son un caso de ineficiencia estatal que genera una transferencia de fondos hacia actividades que no agregan valor; en otras palabras: ineficiencia pura. Lo peor de todo esto es la mentalidad de que “los pobrecitos coyotes también necesitan ganarse la vida”, lo cual es cierto, pero la falta de transparencia promueve la corrupción.
Esperamos que con la nueva iniciativa de Gobierno Digital desaparezcan algunas de estas formas tan opacas de subsidios y se hagan transparentes las que son legales. Todos los subsidios, por más rebuscados que sean, se pueden hacer transparentes. Claro, la transparencia tiene muchos enemigos. Cuando el país sepa la magnitud y el destino de muchos de los subsidios actuales, de seguro vamos a repensar si los queremos seguir brindando.
Artículo publicado en el artículo en el periódico La Nación