Los llamados relojes de pulsera inteligentes son muy diferentes a los de pulsera tradicionales. No son monofuncionales, sino computadoras muy pequeñas con muchos sensores que, además de dar la hora, capturan constantemente datos del usuario y los almacenan.
Las funciones actuales incluyen contar pasos, medir la frecuencia cardíaca, calcular calorías quemadas y medir la cantidad de horas de sueño y la calidad de este.
A la información se le agregan indicaciones de actividad física (si el usuario está corriendo, caminando o sentado frente a la computadora), el peso diario que la báscula transmite por internet al teléfono al cual el reloj, a la vez, traslada los datos.
Juntando todo eso, tenemos lo necesario para producir una enorme cantidad de gráficos y tablas para detectar tendencias que influyen en el comportamiento y estilo de vida de la gente.
Cuando apareció en el mercado, hace pocos años (¿10?), esta tecnología tomó a muchos por sorpresa. Incluso hay modelos carísimos que hicieron enorme daño a los fabricantes tradicionales de relojes de lujo, el mercado de baratos es probable que haya sufrido poco y los que costaban entre $100 y $500 han de haber sido devastados.
Recientemente, escuché en un pódcast, en la revista The Economist, que la mitad o más de los relojes inteligentes son provistos por la empresa fabricante de computadoras que también es la más valiosa del planeta.
Más adelantos
En el mismo pódcast, escuché los adelantos que se avecinan este mismo año, pues han logrado miniaturizar el espectrómetro, y con tecnología láser los relojes van a poder medir el azúcar en la sangre y la presión arterial, y mantener un electrocardiograma constante o mientras el reloj esté en la muñeca.
La medición de la temperatura, por ejemplo, será mucho más precisa que la obtenida con un termómetro en la axila o debajo de la lengua.
Una gran diferencia es que la información se obtiene de forma continua; es un río de datos, no son fotografías en un lugar del tiempo, como hasta ahora han sido los datos médicos.
Escuché decir a una especialista en medicina deportiva que con cierta frecuencia recibe pacientes que le llevan todos sus datos para “enriquecer” la consulta.
Comentó que mientras pasan la información del dispositivo del paciente a la computadora y tratan de diagramarlos o tabularlos transcurren por lo menos 20 minutos, es decir, se acabó la cita y todavía no han analizado los datos ni efectuado el examen físico.
Uso después de la pandemia
En una charla para el TEDxPuraVida, el año pasado, el Dr. Carlos Solano comentó que en el 2021 la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) realizó cerca de tres millones de consultas médicas en remoto (la gran mayoría por teléfono, porque los expertos en seguridad informática no permiten usar Zoom u otras plataformas semejantes), y afirmó que la telemedicina se mantendrá después de la pandemia, enriquecida por la información contenida en dispositivos como los mencionados.
Incluso, reveló que la CCSS ha estudiado la posibilidad de facilitar brazaletes a pacientes con enfermedades crónicas para efectuar un monitoreo continuo.
A comienzos del 2020, me parecía obvio que la salud pública fuera más importante que la privacidad. Aunque lo sigo creyendo, descubrí que hay mucha gente que no está de acuerdo.
Los nuevos dispositivos desempeñan un papel muy significativo para la salud pública. La cantidad de datos producidos es enorme, puesto que incluyen tiempo y localización.
Los aparatos saben dónde están, qué hora es y todo lo que el cuerpo tenía o sentía en ese momento (o casi todo). Si tales datos son anonimizados, como en la industria de las tarjetas de crédito, y son enviados a una central (en la nube) sería posible detectar problemas de salud pública en tiempo real.
En cierto lugar a la gente le está variando el ritmo cardíaco, o el sueño, o la temperatura, etc. La próxima pandemia se podría detectar antes de que destroce el planeta.
Verdadero expediente único
Para la salud privada, es necesario que la información se deposite en el expediente único de salud de cada uno. Tenemos un expediente, pero no es único. A pesar de que EDUS quiere decir “expediente digital único en salud”, contiene imágenes médicas y no los datos de toda consulta que se haga en el sector privado, ni hay planes para que algún día estén ahí. Tampoco creo que hayan pensado en incorporar los datos recopilados por los dispositivos ponibles (wearables).
Los datos acerca de la salud de una persona debieran ser depositados en un lugar seguro, al cual los ciudadanos tengamos acceso con la firma digital contenida en nuestra cédula. Me es difícil entender por qué debemos tener otra tarjeta para la firma digital, o por qué necesitamos un aparato con un cable conectado a una computadora para utilizarla.
La información sobre la salud no es y nunca podrá ser propiedad de una institución médica o de una empresa que vende dispositivos. Se trata de información muy personal, y le pertenece a cada uno.
Esa pertenencia nos da la potestad de brindar acceso a ciertos datos a terceras personas, por ejemplo, a los profesionales en medicina, para que los examinen o incluso para que incluyan nuevos datos. Pero debemos ser selectivos en cuanto a cuáles datos les damos permiso para que accedan. A la oficina que otorga licencias de conducir puedo compartirle el examen de la vista, pero nada más.
También vamos a poder adquirir aplicaciones para hacer cosas con esos datos. Imagino una que me permita escoger informes de vacunación y generar un código QR escaneable para viajar en bus.
No hay límites
El Dr. Solano comentó que tendremos aplicaciones que, tomando las recetas de medicamentos, lleven a cabo análisis químicos con el fin de detectar posibles reacciones entre ellos. La imaginación es el único límite a los beneficios del buen manejo de los datos, por ejemplo, análisis predictivo (con machine learning) y alertas tempranas de enfermedades.
Durante siglos hemos estado tratando de entender las reacciones físicas, químicas y biológicas que suceden dentro de nuestros cuerpos. Obtener toda la información disponible en tiempo real es un paso enorme en la dirección correcta.
Los datos por sí solos no van a darnos el entendimiento anhelado, pero son una herramienta muy útil. En manos erróneas, son un arma muy peligrosa: es posible imaginar aseguradoras o empresas farmacéuticas utilizándolos en detrimento del dueño de la información.
Los países más digitalizados serán los primeros en disfrutar de los beneficios de estas tecnologías, sin duda.