Hace como 45 años, Gordon Moore, ingeniero de Intel, quien luego llegaría ser presidente de la empresa, notó que cada 18 a 24 meses se duplicaba la capacidad de cómputo por dólar. Ese dato pasó a ser llamado la “Ley de Moore”, y hasta la fecha se ha mantenido cierta. Ese crecimiento exponencial en la capacidad de procesamiento se trasladó luego a la capacidad de almacenamiento y de transmi-sión de datos.
Es así como la computadora del Ministerio de Hacienda costaba, hace 40 años, 1.000 veces más y tenía varios miles de veces menos capacidad que cualquier teléfono inteligente de hoy.
Cada día hay más cosas y tecnologías basadas en la capacidad de procesamiento de los microchips, los cuales son cada vez más poderosos, más pequeños, más baratos y consumen menos energía.
Ya son numerosas las tecnologías exponenciales (crecen a un ritmo exponencial). Existe la idea de que el crecimiento exponencial es simplemente un crecimiento rápido, pero eso no es correcto.
Una función exponencial crece, al principio, de una manera casi imperceptible (en términos absolutos), hasta que llega a un punto de inflexión y, entonces, sí: el crecimiento se torna ridículo.
Prueba de lo difícil que nos es a los humanos pensar en términos exponenciales es que siempre, al inicio de una tecnología prometedora, los pronósticos exceden la realidad, y, luego de unos años, los pronósticos se quedan cada vez más cortos. Esto fue obvio durante la llamada “burbuja de punto com”. Cuando todos creían que ya íbamos a hacer todo en línea, no sucedió, o, mejor dicho, no en ese momento. Antes de eso, durante los años setenta y ochenta había una enorme expectativa por la inteligencia artificial, pero dicha expectativa también fue decepcionante, aunque ahora es obvio que está sucediendo.
Además de Internet Móvil, e Internet de las Cosas, algunas de las tecnologías exponenciales son genómica, robótica, biotecnología, impresión 3D, nanotecnología, inteligencia artificial y vehículos autónomos. Es interesante notar que los “expertos analistas” se han quedado cortos, año tras año, en las predicciones de la adopción de los teléfonos inteligentes para los próximos 12 meses.
Más evidencia de lo mismo es la sensación de hallarnos frente a ciencia ficción, cuando oímos lo que ya están haciendo los robots en manufactura y salud. Nos cuesta creer que la próxima generación nunca necesitará licencia de conducir, a pesar de saber que los vehículos autónomos han circulado más de un millón de kilómetros sin un solo accidente. Nos negamos a aceptar que las máquinas son capaces de pensar, a pesar de haber vapuleado al campeón mundial de ajedrez y a los campeones de Jeopardy. Nos gusta pensar que la medicina personalizada, a partir del genoma de cada quien, será realidad (tal vez) para las próximas generaciones. Sabemos que hay amputados con extremidades robóticas haciendo vidas productivas, pero seguimos pensando que eso es algo lejano.
Velocidad de cambio
Es claro y obvio que la velocidad de cambio sigue incrementándose a un ritmo exponencial, pero las instituciones fundamentales, como la educación y la democracia, siguen intentando subsistir a partir de un modelo diseñado hace 100 o 200 años.
Ver carros circular, sin manivela ni pedales, por calles y carreteras congestionadas, de una manera mucho más segura que los conducidos por seres humanos, nos evidencia la necesidad de adaptar los marcos jurídicos y regulatorios para aprovechar los beneficios que nos ofrece la tecnología. A nivel global, mueren más de 1,5 millones de personas anualmente en accidentes de tránsito. En Costa Rica, este año serán más de 1.000 muertes. Pensar que hay una oportunidad de moverse rápido para que dichas tecnologías vengan a desplegarse y perfeccionarse en Costa Rica es ilusorio, pues Singapur e Israel se nos adelantaron.
La buena noticia es que los carros sin chofer son solo una de las muchas tecnologías exponenciales que están explotando a nivel global. Todavía existen muchas oportunidades para los que las entiendan y aprovechen temprano. La mala noticia es que casi todas requieren que las autoridades políticas las entiendan y las abracen, pues los beneficios vienen con un precio: el mercado laboral se verá severamente trastornado. La velocidad de reacción de las instituciones nunca ha sido uno de nuestros puntos fuertes. El precio de no entender lo que está sucediendo puede ser muy alto, ya que las brechas que se forjan son también exponenciales.
Artículo publicado en el periódico La Nación