Trámites y presas

Marzo 24, 2017 - Noticias, Publicaciones

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Antes de las encuestas y los encuestadores, los políticos, asumo, debían basarse en su intuición para decidir cuáles eran los problemas que a los votantes más les interesaban. Pero el advenimiento de las computadoras hizo posible la tabulación rápida de los datos y se popularizó la aplicación de las teorías estadísticas de muestreo.

El año pasado, la tiranía de las encuestas sufrió tres severos golpes de credibilidad. Nadie ha cuestionado la teoría estadística ni la rigurosidad de los métodos de recolección de datos. Todo parece indicar que las razones de pérdida de precisión de las encuestas son que la gente está harta de tanta encuesta y mienten por deporte, o, menos probable, que enormes cantidades de gente cambian de parecer de la noche a la mañana. Pero cualquiera que sea la razón, los políticos van a volver a utilizar un poco más la intuición y a prestar menos atención a encuestas.

El tema de las encuestas es relevante ahora que tenemos ante nosotros un año electoral con gran cantidad de precandidatos. Explicar con claridad cómo pretenden resolver los principales problemas del país es lo menos que deberíamos esperar de los precandidatos; sin embargo, no está claro cuáles son los principales problemas, los promedios son engañosos y las encuestas, como sabemos, no son infalibles.

Hechos exasperantes. Hay, sin embargo, algunos muy claros destructores de la calidad de vida. La tramitomanía y el caos vial son un buen par de ejemplos. La palabra tramitomanía, si bien no está en el diccionario, expresa claramente la exasperación de los ciudadanos ante la manía de permitir que abogados, auditores y contralores diseñen trámites a partir de la desconfianza.

La disfuncionalidad del flujo vehicular en nuestras calles y carreteras desperdicia millones de horas productivas y miles de litros de combustible diariamente, y todos los esfuerzos parecen ser en vano, porque cada vez el problema es peor.

Diseñar trámites para evitar que el 0,01% de los usuarios hagan algo indebido, obligando al 99,99% de los usuarios honrados a sufrir filas, documentos, traslados, firmas en papel, con sus respectivas autentificaciones, es sin duda un resultado no intencionado de la cultura de la desconfianza.

En dicha cultura “papelitos hablan”, y tanto en el sector privado como en el público una advertencia de un abogado es suficiente para evitar cualquier intento de agilización.

Si a los papeles les sumamos la desconfianza, casi innata, el resultado son trámites presenciales o un ejército de mensajeros en moto (que parecen mosquitos) llevando papeles desde y hacia abogados, instituciones y usuarios. En ambos casos exacerbando el caos vial.

Firma digital. Pero en Costa Rica hace más de una década existe una ley de firma digital que permite que no sean los papelitos los que hablan (los archivos digitales hablan mejor) y evita los trámites presenciales, ya que de manera remota y segura el usuario puede demostrar ser quien dice ser.

Desafortunadamente, la implementación de la firma digital no permite que esta sea utilizada en dispositivos móviles, y, como todos sabemos, hoy si no funciona en el teléfono, no sirve. Si se ofreciera la firma digital en el teléfono, la cantidad de usuarios abarataría el costo y se popularizaría, como lo hizo el teléfono.

Claro, no sucede solo, hay que invertir y trabajar en la implementación. Podría tomar un año para que nunca más ningún funcionario pueda exigir la presencia física de un ciudadano (o cliente).

Es probable que algunos precandidatos consideren esto descabellado, y que los costarricenses prefiramos seguir dejando que los papelitos hablen.

La eliminación de los papelitos parlantes sin duda reducirá el tráfico, pero no sería suficiente para derrotar la locura vial. La calidad de vida se deteriora a un ritmo cada vez mayor, no extrañaría que fuera a un ritmo exponencial.

El transporte público no funciona y los esfuerzos de décadas han sido en vano. La educación vial es inexistente o inoperante (hay simulaciones que demuestran que cuando se prohíban los choferes humanos se acabará la congestión vial en el planeta) y la infraestructura no crece y se deteriora.

Está claro que el problema vial a largo plazo requiere soluciones de infraestructura, transporte público y educación vial, pero ninguna de esas está disponible a corto plazo.

Hay medidas a corto plazo que se han intentado y otras que vendrán. Nos van a ofrecer más restricción vehicular, más oficiales de tránsito, variaciones en los horarios de estudiantes y funcionarios y teletrabajo.

Teletrabajo. Personalmente, creo que el teletrabajo y cualesquiera otras medidas que reduzcan la cantidad de gente en la calle son la única manera de enfrentar el problema a corto plazo.

El teletrabajo siempre ha enfrentado rechazo de parte de aquellos que solo pueden controlar subalternos de manera visual (y no por trabajo producido), exigen reglamentos, modificaciones al contrato laboral y toda suerte de “papelitos que hablan” para atrasar el proceso. Y cada día que pasa se deteriora la calidad de vida de todos, jefes y subalternos por igual.

Tal vez algún precandidato nos ofrezca teletrabajo, pero a lo bestia. A pura fuerza bruta podemos hacer teletrabajo con videoconferencias abiertas por todo lado, todo el día. Esto puede no ser tan descabellado, ya que la conectividad, que no utiliza cable submarino (la local) es sumamente barata, el costo variable es cero. Solo hay que hacer una inversión inicial instalando fibra óptica en las casas y oficinas.

Como solo necesitamos las últimas millas (la red de transporte ya existe) estamos hablando de unos pocos cientos de dólares por conexión y varios órdenes de magnitud más rápido que la construcción de infraestructura vial o la reforma del transporte público, con resultados potencialmente más impactantes.

Claro está, el teletrabajo no solo reduce el caos vial, también aumenta la productividad de los trabajadores, reduce los requerimientos de espacio de oficina y el consumo de combustible, entre otros beneficios. El impacto en la mejoría de calidad de vida sería grande e instantáneo.

Artículo publicado en el periódico La Nación

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