La visión de futuro, cuando es clara y se tiene el liderazgo para compartirla, se torna una herramienta muy poderosa. Una herramienta para la toma de decisiones difíciles, para la motivación de las huestes y, sobre todo, para mantener el barco con el rumbo correcto.
Muy pocos y muy desconectados de la realidad son quienes niegan que el futuro será digital; incluso hay consenso en que el futuro digital será inalámbrico, pero en este país de Dios carecemos de una visión que podamos compartir de cómo será.
Tomar un país avanzado (por ejemplo Singapur, Suiza o Canadá) y convertirlo en nuestra visión es muy fácil, pero también es derrotista y pequeñista. Se podría considerar, también, que pensar originalmente (en grande) para aprovechar las tecnologías digitales de manera insospechadas por otros, para generar grandes cantidades de riquezas y bienestar, es irrealista. Tenemos, sin embargo, evidencias de que sí es posible hacer cosas que nadie ha hecho antes, e incluso hacerlas mejor; también tenemos evidencias de que siguiendo el síndrome del copión nos autoimponemos un techo tan bajo que nunca logramos crecer.
De primer mundo. Hace 25 años, Singapur tuvo una visión. De hecho, publicaron un documento titulado «La visión de una isla inteligente». Hoy esa visión es una realidad, fuente de una enorme ventaja comparativa, en un país que en 1966 era considerado inviable (Sydney Morning Herald y London Times) y hoy goza de un estándar de vida del primer mundo.
Claro está, con publicar un documento, por bonito e interesante que sea, no se logra nada. La visión a solas no genera riqueza. Es la persecución, si se quiere obsesiva, de dicha visión lo que sí puede cambiar un pueblo. Sin embargo, para empezar necesitamos esa visión. La visión es necesaria, mas no suficiente.
Lo tenemos todo. La visión del futuro digital la imagino como una enorme «maqueta» multidimensional (mucho más de tres dimensiones). La piedra angular de esta visión es, obviamente, la imaginación basada en conocimiento, a su vez basado en un entendimiento profundo del desarrollo tecnológico y la cultura nacional. No existe ningún requisito para la articulación de esta visión que no tengamos en Costa Rica. No es un ejercicio caro ni tardado ni requiere gente que no tengamos.
¿Nos iremos a imaginar un futuro sin papeles? Probablemente tendremos que hacer una excepción con el papel higiénico. ¿Un futuro de conectividad total sin alambres? Obviamente. La imaginación solo se limita por la ignorancia, hay muchas posibilidades. Algunas obvias son: todos conectados con todos y con el satélite que guía y ordena el caos vial. Calles, carreteras y puertos inteligentes. Sistemas de investigación, educación, entrenamiento y capacitación sincrónicos y asincrónicos que producen una sociedad totalmente informada y entretenida, que produce enormes cantidades de conocimiento de manera rutinaria. Una sociedad tan transparente que erradica la mentira y los embutidos. Todo eso, y mucho más, es posible.
El Gobierno Digital que está promoviendo esta administración será, sin duda, una pieza importante del futuro digital. Lo que dura una administración es, sin embargo, tiempo totalmente insuficiente para lograr el futuro digital, más no lo es para definir la visión e implementar mecanismos de gobernabilidad y arquitectura que vacunen la iniciativa contra los cambios políticos.
Artículo publicado en el periódico La Nación